Para escuchar leyendo: Zanguango, Leo Maslíah.
Lo logró, le salió redondita la estrategia: ayer y hoy copó las portadas, los trinos, las tendencias, las conversaciones de pasillo. Todo el mundo vio su irrupción en la tarima de la ANDI, su mentiroso apoyo a una causa en la que no cree y su espectáculo delirante al salir del evento que cayó rendido a su trampa generaron el efecto que buscaba: estar en el centro de la atención.
Sus críticos lo mencionan, lo etiquetan y lo convierten en tema del día. Muchos llegan a conocerlo a partir de un trino que pretendía cuestionarlo, pero que en la práctica amplificó el alcance de su aparición. Él entiende muy bien que, en política, la visibilidad es poder, y que para algunos el objetivo es lograrla a cualquier costo, incluso con discursos y acciones que no siempre corresponden a sus convicciones reales. Que hablen mal o que hablen bien, pero que hablen.
Colombianos, siquiera a ustedes solo les toca aguantarse la pena ajena o la rabia de indignación que pueden causar sus tristes espectáculos que tan bien le salen. Nosotros, en Medellín conocemos bien este patrón. Nos tocó soportar la corrupción de su periodo, sus engaños, sus decisiones sistemáticas en destruir lo fundamental de nuestra sociedad, empezando con el robo descarado del programa de desarrollo infantil Buen Comienzo y terminando con el desfalco a nuestra gran empresa pública, pasando por el periodo más oscuro de las arcas medellinenses. La experiencia nos dejó lecciones duras: el costo de dejarse llevar por un discurso atractivo sin revisar a fondo los hechos.
Por eso, porque tenemos experiencia, porque fuimos los primeros en caer en su canto de sirena, porque fuimos los primeros en fallar en darnos cuenta, desde la experiencia de haber sido los primeros en enfrentar sus formas de hacer política, queremos ofrecer un consejo sencillo: no amplifiquen su mensaje de manera involuntaria. Evitar reproducir sus declaraciones y acciones puede ser más eficaz que cualquier crítica directa.
Será candidato y contará con apoyos importantes, incluso el del presidente, incluso de muchos que ideológicamente están en orillas absolutamente opuestas. Justamente por eso, porque su estrategia depende de estar en el centro de la conversación, la atención gratuita es su mayor ventaja, porque las narrativas que inventa son fáciles de entender, comprar y digerir.
Miren, queridos lectores, he bregado mucho en escribir esta columna con la serenidad y la firmeza que tanto reclamo en la Colombia de hoy. Me disculpo de corazón si no lo logro, pero considero necesario y urgente este llamado. Y hacerlo, sobre todo, con el tono que la gravedad del riesgo requiere. No caigamos en su juego, dejémoslo solo, en su pequeñez histórica y moral, como un mal recuerdo que debe señalarnos cómo evitar caer de nuevo en la crisis, división y desconsuelo de esos cuatro años en Medellín.
Ellos nunca se parecieron al futuro, y es nuestra obligación dejarlos en el pasado. Dejemos de una vez y para siempre a esos personajes en donde realmente corresponden, en la oscuridad de la vergüenza y la intrascendencia.
Ánimo.
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