Como si nada estuviera escrito

Desde casa, en mi día a día, permanezco atenta al mundo. Sigo lo que sucede, no elimino jamás esa conexión agridulce que alimenta mi mirada. Trato muchos de esos dolores lejanos —y profundamente cercanos, pues son lo que somos— con remedios caseros como los pájaros, las ramas de los árboles meciéndose con el viento y el sol colándose entre sus hojas, los abejorros sumergiéndose en las flores… Así que me fascinan las historias de quienes han encontrado en la belleza circundante la salvación. El escritor Montero Glez escribe un artículo sobre el libro Relatos de Kolimá, del superviviente del Gulag Varlam Shalámov, en el que habla sobre un cedro de las montañas de la tundra siberiana conocido como stlánik, que se recuesta en invierno y cuyo comportamiento contemplaban los presos en aquel lugar inhóspito. Dice Glez: “Según Shalámov, el stlánik es un árbol dotado de una sensibilidad ‘poco común’. Es capaz de avisar de la llegada de las primeras nieves tumbándose hasta rozar con su copa el suelo, ‘extendiendo cual patas sus ramas azulinas’, dando cuenta del milagro que la naturaleza ofrece ante sus ojos. Es la mirada de un convicto, de un hombre condenado, pero que no ha perdido el hilo de ternura que le une con el resto del mundo”.

Me encontré con esta otra historia que ilumina uno de los mayores horrores de nuestro tiempo, publicada por el portal independiente The Electronic Intifada, basado en Chicago y enfocado en Palestina: Los hermanos Salah y Abdullah Sarsour, que perdieron su casa y sobreviven en un campo de refugiados en Gaza, montaron un pequeño puesto de libros para que la gente pueda seguir leyendo, pues Israel ha destruido hogares y bibliotecas, y asesinado a escritores y poetas. Cita el portal un estudio según el cual Palestina tiene una cultura literaria riquísima y una de las tasas de alfabetización más altas del mundo: 98% de los mayores de 15 años en la Franja de Gaza saben leer (97% en toda Palestina), en comparación con 86% de los adultos en Estados Unidos. Citan también al novelista palestino Hassan al-Qatrawi: “Nos destruyen desde fuera, pero nosotros nos construimos desde dentro. El hambre de comida es temporal. Pero el hambre de lectura es eterno”.

Volviendo al árbol de la tundra siberiana, cuenta también el escritor sobre su despertar con la llegada de la primavera, “cuando el árbol se levanta del suelo, sacudiéndose la nieve bajo la que ha permanecido sepultado durante el invierno”. Me parece que a veces el alma reconoce la oscuridad y la necesidad de refugio. A veces duerme, a veces se interna en las páginas de un libro, así las manche de lágrimas y sangre. Y, a veces, simplemente observa los árboles para revivir la belleza, los ciclos de la vida, la resistencia. Escribió Pau Luque Sánchez que “no hay ideal de vida más noble que actuar como si nada estuviera ya escrito”.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-franco-r/

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