Mañana, cuando la jueza Sandra Heredia dicte sentencia sobre el caso que se adelanta contra el expresidente Álvaro Uribe Vélez por manipulación de testigos, fraude procesal y soborno en actuación penal, seremos testigos, de nuevo, de cómo la justicia y las instituciones son serias cuando se está de acuerdo con ellas. Toda la semana ha estado precedida de una innecesaria y problemática presión a la justicia de parte de los cercanos al expresidente.
Jerónimo Uribe, apenas terminados los alegatos, comunicó al mundo la inocencia de su padre. Pero es su hijo, hasta se entiende. El propio Uribe usó sus redes para lanzar teorías sobre por qué y cómo el gobierno actual ha incidido en su proceso. Nunca dijo nada cuando el gobierno y la Fiscalía anteriores hicieron todo lo posible por cerrar el caso.
Luego, su exministro de Medio Ambiente, el ahora director de Noticias RCN, Juan Lozano, publicó una columna en el diario El Tiempo donde le advierte a la jueza Heredia que «La dignidad de su nombre, de aquí en adelante, estará referida a la calidad de su fallo» y le decía, palabras más, palabras menos, con el decorado del respeto por las instituciones y de la autoridad, cuál debería ser su decisión.
También habló el expresidente Iván Duque, que fue “el que dijo Uribe” en las elecciones de 2018. Aeguró en el espacio noticioso de la FM (que dirige Lozano) que «de manera sorpresiva [Uribe] pasó de acusador a acusado».
De manera sorpresiva. Eso dijo, como si la acusación le hubiera caído del cielo y no como resultado de las investigaciones de la Corte Suprema de Justicia que encontraron suficientes evidencias para dudar de que fuera él la inocente víctima, sino más bien el instigador. Y eso será lo que decida la juez.
Pero hubo más presiones. Un grupo de 38 abogados —entre los que se suma el acusado, declarado culpable y luego absuelto por el delito de tráfico de influencias, pero reconvenido por su falta ética, Rodrigo Escobar Gil— publicó una carta abierta que podría resumirse en un «Vea, excelentísima doctora Heredia, ahí no hay nada para mancillar el buen nombre del magnánimo doctor Álvaro Uribe Vélez». La misiva, por supuesto, fue ampliamente divulgada por todos los medios de comunicación.
El texto ese de los abogados señala que el juicio «fue un burdo montaje y una campaña de descrédito» que montaron, dicen los juristas, por los «los adversarios y detractores políticos del expresidente» y que, además, lo llevó adelante «una Fiscalía militante». Es posible que esos mismos 38 juristas hayan dicho en otros espacios y lugares lo importante que es respetar a las instituciones y dejar actuar a la justicia.
Para cerrar, el viernes, el periódico El Colombiano —que bien podría declararse parte de la defensa— abrió su edición con un titular de lado a lado de la página donde se preguntaba «¿Culpable o inocente? Qué dirá la juez el lunes», para agregar luego esta joya de la desinformación: «El senador Iván Cepeda llevó a juicio al mandatario más popular, según encuestas, de los últimos tiempos». Vale aclarar que Cepeda no puede llevar a nadie a juicio porque no es fiscal. Y es bueno preguntar qué tiene que ver la popularidad de Uribe en las encuestas con las decisiones que pueda tomar la justicia sobre él.
El asunto es que nadie distinto a la jueza Sandra Heredia —ni Jerónimo Uribe, ni Juan Lozano, ni los 38 abogados firmantes, ni los periodistas de La FM o El Colombiano, ni usted, ni yo (que creo que es culpable), sin importar cuánto sepamos o no de derecho, qué tan reconocidas o anónimas sean nuestras voces— decidirá sobre el futuro judicial de Álvaro Uribe Vélez.
Ahora, permítanme ponerme premonitorio. Es claro que el acusado ha perdido poder político y que no ha podido hacerse a la idea —ni él ni los suyos— de tener que haber enfrentado este proceso judicial que le llegó a implicar, incluso, casa por cárcel. Es cierto que, pese al desafortunado paso por la Fiscalía General de la Nación de Francisco Barbosa y de la triste actuación de los fiscales que pidieron una y otra vez la absolución de Uribe, la justicia mostró ser independiente.
También es real que esa andanada desarticulada, pero constante, de mensajes velados y directos a la jueza, dudando de su idoneidad y profesionalismo o presionándola sobre cómo debe ser el sentido de su fallo, bien podría interpretarse como un temor de Álvaro Uribe y sus aplaudidores por una posible condena en su contra.
Pero aquí va lo que yo creo que pasará: lo absolverán, porque pese a todo sigue siendo un personaje poderoso al que aún le quedan restos de ese teflón que muchos le admiran. O porque el derecho penal es exigente y demanda que no haya duda alguna sobre las acusaciones. Dirán entonces que es inocente y todos esos que han acusado a la jueza aplaudirán que la justicia falló en derecho. Y vendrá, luego, la apelación de las víctimas del caso, como tiene que ser.
Ahora, viene la otra parte de esta premonición. Pase lo que pase, habrá insultos, vocinglería, gente inconforme que se sumará al coro que reclama. También habrá, pase lo que pase, voces que celebren.
Se usará el resultado para alimentar campañas políticas, los precandidatos intentarán pescar en río revuelto algo que les sirva en su intención de hacer elegir. Y el reto que tenemos todos será, precisamente, no servir para incrementar la hoguera y hacer lo que todos dicen —y muchos luego olvidan— respetar lo que decida la justicia. Amanecerá y veremos.
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