La sobredimensión de la libertad

¿Qué tienen que ver la inteligencia, la libertad y la virtud con la felicidad? La respuesta no es sencilla. Reflexionemos.

El ideal de libertad, ese preciado bien del ser humano, está hoy en jaque. La mayoría de la comunidad académica, científica y filosófica (Tegmark, Sigman y Bilinkis, Harari, entre otros) converge en que es, en buena medida, un juego ilusorio: tenemos mucho menos de la que creemos y deseamos, y mucho más de la que podemos administrar adecuadamente.

Estamos determinados por nuestra genética, nuestra cultura y el azar o suerte, como se le dice coloquialmente. Se considera que más del 99% de nuestros pensamientos, deseos, emociones, gustos y decisiones no los elegimos, sino que nos eligen. A los que lo vean como una exageración, Harari les pone un reto contundente: elijan no pensar nada durante un minuto: ¡imposible! Lo dice él que tiene la meditación como una práctica habitual.  

Tales determinismos son limitantes para nuestra libertad, pues, más allá de cualquier definición, la libertad se concreta en las decisiones, en lo que elegimos. De ahí que la inteligencia, que etimológicamente significa elegir entre (inteligere), solo pueda ser expresada en un contexto de libertad.

La virtud, por su parte, es la expresión más sublime de la inteligencia, porque implica tomar las mejores decisiones posibles con la poca o mucha libertad que tengamos, buscando los ideales más elevados (bien, verdad, justicia, belleza, etc.) y obrar de acuerdo con ellos. La virtud está, entonces, en función de la libertad, porque no se puede ser virtuoso en aquello en lo que no somos libres de decidir.

Siendo así, el rol y la medida de la virtud es mantener y ampliar las posibilidades de la libertad. No puede ser una virtud decidir y actuar en contra de mi libertad presente y futura, ni tampoco contra la de los demás seres humanos y sintientes. Quien se forja su propia jaula de hierro con las decisiones que libremente toma, claramente no es un virtuoso ni inteligente: no supo decidir. Por ejemplo, un narcotraficante podrá ser muy astuto o sagaz, pero nunca se deberá considerar esa decisión como inteligente. La historia demuestra que terminan presos de sus malas decisiones.  

Al principio dije que la libertad era un bien preciado, ahora debo agregar, que también es pesado; un encarte a veces, porque es la cara de una moneda que por el reverso tiene la responsabilidad de asumir lo que elegimos y las opciones que descartamos. Esa parte, aunque inevitable, no nos gusta. Nos encanta la libertad, pero nos incomoda el monto de responsabilidad que debemos pagar por ella. Debe ser por eso que viene en cuentagotas.

La libertad es un bien y una conquista que hay que conservar, cuidar y ampliar, pero no sobredimensionar, por tres razones básicas: 1) es muy poca en relación con lo que deseamos y demasiada para lo que estamos dispuestos a responder; 2) si no la usamos de manera virtuosa, terminamos respondiendo, más temprano que tarde, por nuestras malas decisiones; y 3) porque nuestras libertades se superponen y colisionan con las de los otros, por lo cual es indispensable equilibrarlas con la fraternidad, so pena de perdernos en el autismo individualista.  

¿Y qué tiene que ver todo esto con la felicidad? Que esta depende, en gran medida, de saber desear y saber valorar, tema que bajo el título de Protégeme de lo que quiero, abordé en otra columna en este medio, y que complementa esta reflexión.

La libertad es el núcleo de la felicidad en nuestras sociedades modernas, liberales y capitalistas. La deseamos tanto como el dinero y la despilfarramos de igual manera.
En su célebre ensayo-discurso Elogio de la dificultad, el maestro Estanislao Zuleta nos recordaba que “La pobreza y la impotencia de la imaginación nunca se manifiesta de una manera tan clara como cuando se trata de imaginar la felicidad”. Le sobraba razón, por eso es tan citado este texto.  
Tal vez el error de las sociedades modernas haya sido sobredimensionar la libertad, centrar la felicidad en ella y no en la virtud que la enriquece, al balancearla con la fraternidad, porque la libertad sin la fraternidad es otra forma de esclavitud.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/pablo-munera/

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