Hace días enviaron una convocatoria laboral a un chat. Buscaban diseñador/a junior que ame el diseño y la edición de video, full creatividad y amante de las redes sociales. Con ganas de aprender y proponer. Salario: $1.500.000
El salario mínimo en Colombia es de $1.423.500, y con salario de transporte, $200.000.
Recordé el salario de mi primer empleo como periodista junior: $1.323.000. Claro que me alcanzaba: vivía con dos primos, tenía 21 años, mi mamá me ayudaba para poder ahorrar y fue ¡hace 17 años!
Casi todas las convocatorias laborales que tienen la palabra junior esconden la precariedad laboral en un argumento falaz: es tu primer empleo, vas a aprender. Es, traduzcamos, te pagamos para aprender. Por supuesto que te alcanza, parece estar en la letra miniatura: sigue viviendo con tus papás o consíguete roommates, estás joven, que alguien te ayude mientras ganas experiencia. La experiencia es fundamental para que en el futuro te paguen más (quizá no tanto, si eres periodista, pero aquí estoy viciada porque es mi campo laboral).
Y pues sí, alguien terminará haciendo ese trabajo, porque hay que ganar experiencia o porque no hay más, y para eso hay un dicho: algo es algo, peor es nada.
Olvidemos que Medellín es ahora la ciudad más cara del país.
Lo conversé hace días con una amiga que renunció al periodismo, aunque le gustaba mucho, por irse a las comunicaciones, que apenas le están gustando: lo que le pagaban, menos de $2.800.000 desde hace tres años, no le alcanzaba para sus metas actuales: vivir con la novia, tener dos gatos, pagar el psicólogo, ser independiente.
Esta tarde escuché esta conversación entre dos señoras, clase media-baja: la señora uno le estaba contando a la señora dos que se encontró a una amiga, ole, y usted qué hace tan temprano por acá, le dijo, ah, es que hay un día en la semana que solo trabajo cuatro horas, respondió. Imagínate, dijo la señora uno, le pagan el mismo sueldo y trabaja menos, es que este presidente sí quiere acabar con las empresas con esa reforma laboral. La señora dos respondió: horrible, es que mire, yo sí tengo mucho trabajo (es costurera) y podría tener a alguien que me ayude, pero es que después me toca trabajar para pagarle a ella todo eso que ahora piden.
La conversación siguió en que ahora esta generación de cristal es muy perezosa.
Me quedé pensando en que tenemos muy adentro esto de que primero la empresa, su ganancia, luego el trabajador. El gracias por darme trabajo y no tanto el que te estoy dando mi tiempo, mi conocimiento, mi fuerza. Es un intercambio que debería beneficiarnos a los dos, justamente.
Pero los derechos laborales empiezan después de la ganancia. Por supuesto que los que tienen empresas deben ganar, pero hace mucho tiempo es sobre todo una superganancia: la brecha económica crece cada vez más y la riqueza se concentra en unos pocos.
En Mutante.org lo explicaron en un post de Instagram: Colombia es el país con mayor disparidad de ingresos en América Latina y el Caribe, según Cepal. En un mundo justo (índice de Gini 0), si los ingresos fueran un pastel, todos recibirían un pedazo igual, pero en Colombia, con un índice de Gini de 0,55, una sola persona se queda con más de la mitad del pastel y las otras nueve tienen que repartirse lo que queda y a algunas les tocan las migajas.
En el mundo es igual. Según Forbes, “actualmente hay más de 3.000 multimillonarios en todo el mundo, y son más ricos que nunca, con una fortuna combinada de US$16,1 billones. Pero la distribución de esta riqueza extrema está lejos de ser equitativa. Solo tres países concentran más del 50% de todos los multimillonarios (y de la riqueza multimillonaria)”.
Thomas Piketty, economista francés, lo dice claro: si los dueños del capital ganan más rápido de lo que crece la economía, la desigualdad se vuelve permanente. Ese es el truco. Mientras esperamos un aumento del 10 % en cinco años, ellos suman millones solo por existir. Cuando el rendimiento del capital supera el crecimiento, el pastel se lo come uno y los demás lavamos el plato (Piketty, 2014). No es injusticia. Es diseño.
El tema no es fácil, claro que no, y menos en un mundo capitalista, en el que el equilibrio está bien desbalanceado hace rato, y habría que hablar de la redistribución de la riqueza, condiciones dignas para los trabajadores y empresarios, el tiempo libre, el descanso, las empresas pequeñas que apenas empiezan, la burocracia, el apoyo de los gobiernos, las condiciones creadas en un país para el empleo, etcétera.
Yo no soy economista, pero soy humana: la vida es más que trabajar.
Y nos merecemos salarios justos, condiciones laborales que nos permitan vivir.
Vivir, en ese concepto amplio en el que hacemos otras cosas que nos gustan, disfrutamos del ocio, la nada, y más.
Quizá soy una romántica, pero por qué tanto para unos pocos, por qué seguir normalizando que alguien se quede todo el pastel, cuando todos podríamos comer una porción digna.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/monica-quintero/