Escuché hace poco en un podcast a un científico decir que es paradójico y fascinante que hace más o menos 4000 millones de años, los elementos moleculares que se encontraban en la tierra y que sirvieron de base para la vida, -cianuro, metano, amoníaco, sulfuro, formaldehído- eran en su mayoría tóxicos y venenosos. Esos elementos se mezclaron en agua, la “sopa primigenia”, y se cree que con calor intenso, rayos ultravioletas o descargas eléctricas esta solución pasó a crear moléculas orgánicas complejas con membranas protectoras.
Que venimos del caos no es un relato exclusivo de la ciencia. En muchas religiones el Dios o los Dioses crean el mundo a partir del desorden. Este en 6 días, aquel desde el ombligo de alguna deidad y algunos otros como parte de un proceso cíclico y eterno de creación/destrucción. Las religiones, no obstante, suelen estar más interesadas en el final que en el origen. La vida después de la muerte, la resurrección, la rencarnación etc.
La ciencia se pregunta por los orígenes de la vida, por las leyes y principios que rigen el universo y a quienes lo habitamos y, a partir de ahí, por el futuro. Con la ciencia hemos tratado de entender mejor el mundo que nos rodea, pero también de predecir, lo mejor posible, el que nos espera. La ciencia como antídoto contra la incertidumbre. Pero cuando uno mira de cerca la historia e incluso la actualidad de la ciencia, comprende que cada descubrimiento abre un abanico inmenso de nuevas preguntas y de océanos de incertidumbre.
Isaac Newton, que antes de los 26 años ya había descubierto las leyes de la gravedad y la mecánica y que luego inventó el cálculo lineal y diferencial, entre otras muchas cosas, fue quizá el precursor de lo que conocemos hoy como Teoría del caos. El denominado “problema de los tres cuerpos”, que sigue sin solución, y según el cual no es posible prever el movimiento de tres cuerpos en el espacio sujetos a la gravedad mutua, lo lleva a concluir que la estabilidad del sistema solar requiere de una intervención divina. Ante esta amenaza de caos, la mano de Dios.
Aunque con antecedentes en varias escuelas y personajes (LaPlace y Poincaré), la Teoría del caos realmente se concretó a mediados del siglo XX. Seré breve y conciso porque me muevo en áreas sinuosas y ajenas a mi formación. Los sistemas dinámicos complejos son impredecibles a largo plazo porque son sensibles a cambios minúsculos en las condiciones iniciales. Esto se conoce desde los años 60 del siglo pasado como “el efecto mariposa”. Los sistemas caóticos, como el problema de los tres cuerpos, son deterministas en cuanto tienen reglas, pero su complejidad, dada por el gran número de variables y actores que intervienen, los hacen impredecibles a largo plazo. Finalmente, en el caos no hay linealidad. Es decir, no hay proporcionalidad entre las causas y los efectos.
La Teoría del caos parece entonces, por lo menos para quienes no somos científicos, como un acto de humildad intelectual de la ciencia. Una manera de decir que las herramientas y las capacidades no son suficientes para computar y entender todas las variables, sus interacciones y sus consecuencias y para, en el camino, desechar la idea de que todo sistema puede ser predecible.
Una decisión o una acción cualquiera, por pequeña e insignificante que parezca, puede poner en movimiento una cadena de hechos con repercusiones inmensas y alcances globales. Vivimos, siempre, en la intersección del caos y el orden acompañados de teorías, leyes, sistemas y prácticas que permiten cierto nivel de predictibilidad a corto plazo, pero en manos de la incertidumbre en cuanto al mediano y largo plazo.
Esa incertidumbre, que en el plano de la ciencia genera preguntas y construye teorías como ladel caos, es el motor de una gran cantidad de iniciativas humanas. Algunas, como la religión, buscan certezas y respuestas, y otras, como la literatura, intentan enseñarnos a nadar en las preguntas y, en medio de ese proceso, a entender nuestra condición de fragilidad y de vulnerabilidad y a encontrar belleza aun en los rincones más oscuros de la existencia humana.
En palabras de Juan Gabriel Vásquez, ante “los hechos desnudos” y “la vertiente numérica”, “el novelista vuelve a llenar la cifra con el destino particular, el sufrimiento particular, la victoria o la derrota particulares de un solo hombre. Y los lectores lo entendemos ya no con una comprensión fría y distante, sino a través de la singular manera que tiene la novela de entender la realidad: relativa, intuitiva, desprovista de verdades absolutas pero provista de una absoluta humanidad: la manera de la empatía”.
Y volvemos sobre la “sopa primigenia” y sus ponzoñosos ingredientes. En estos tiempos de oscuridad en los que parece venirse abajo parte de la estructura democrática que soportaba la vida en sociedad, en la que las palabras parecen perder su significado y en la que la ciencia es señalada, devaluada y hasta perseguida, hay que recordar el extraordinario y absolutamente improbable recorrido que nos ha traído hasta acá. El caos no es ni nuevo ni ajeno y de venenos peores hemos salido.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-londono/