Un viento fresco corrió sin hacer mucho ruido por encima de la masa pantanosa y maloliente de la actualidad nacional: la segunda entrega de la Biblioteca de escritoras colombianas, un proyecto de la Biblioteca Nacional de Colombia y el Ministerio de Culturas, que supo cabalgar hasta aquí, al lomo de los seis ministros (sí, seis) que han pasado por la cartera entre 2020 y esta parte, bajo la dirección editorial de Pilar Quintana. Sin dejarse tumbar.
Se trata de diez libros, cada uno una antología (de cuento, de poesía, de dramaturgia, de ensayo, de periodismo…), donde vuelven a la vida 97 escritoras que existieron entre la época de la colonia y la mitad del siglo pasado.
Suena heróica la hazaña, y hasta inverosímil, en un país en el que apenas el año pasado una mujer vino a ganar el Premio Nacional de Novela (sí, apenas). En un país en el que, por cada 100 libros que se publican, 90 son de autores y solamente diez, de autoras.
Y suena épica, porque lo es. Basta empezar por el trabajo de investigación y curaduría, la navegación entre archivos históricos, el ascenso por troncos y ramas de árboles genealógicos de familias negras, raizales, indígenas para encontrar textos custodiados, pero olvidados. Y seguir por el esfuerzo de compilación y selección del trabajo de mujeres que fueron leídas y reconocidas en su momento, pero luego relegadas por la historia y las editoriales.
Pero ya había sido para ellas una gesta aquello de escribir. Lo hicieron en tiempos en los que las mujeres no tenían un lugar distinto en la sociedad que el de vivir para el marido, los hijos y la misa, a contrapelo de la marginación y la dominancia masculina, que no había permitido aún que votaran, manejaran el presupuesto familiar, trabajaran o se educaran en la universidad.
Lo hicieron de noche, me las imagino, a la luz de una vela o de un bombillo cansino para no molestar, después de dormidos los hijos, atendido el marido (en la mesa y en la cama); después de arreglada la casa, remendada la ropa, con el peso del cansancio, pero con el ardor del corazón. Porque hace falta que algo duela por dentro, grite por salir, para atreverse a pelear desde los márgenes, con todas las de perder.
Hubo afortunadas como Soledad Acosta de Samper (1833-1913), porque el marido la dejaba escribir. Palabras más, palabras menos, el señor explicaba públicamente que eso de las letras no le estaba haciendo daño a su mujer, que seguía cumpliendo con las labores domésticas y morales del hogar.
Aunque relativamente afortunadas: cuando Jorge Isaacs estaba publicando la obligatoria María, Acosta de Samper lanzaba también una novela, de las 21 que escribió. La del primero la hemos tenido que leer todos, la de la segunda, sus cuentos, sus obras de teatro, sus tratados de historia se vienen rescatando del ostracismo desde 2022 cuando se lanzó la primera Biblioteca de escritoras.
Las demás, se puede decir, son hoy un descubrimiento. Y no porque escribieran en su época, que es mucho. Hoy todavía hay quienes hablan de una “literatura femenina”, cosa que enerva a Pilar Quintana y a toda escritora que entienda su valía, porque denota una segregación de facto y una caracterización temática que sugiere un encierro creativo femenino al entorno del hogar, la maternidad, los floreros y las hormonas.
Estas mujeres son un descubrimiento porque hacen literatura con mayúscula, de la buena, sobre el adentro y el afuera de su tiempo. Y hay que leerlas y ponerlas en el currículo de los colegios y venderlas en las librerías, porque en las bibliotecas públicas van a estar.
Estas mujeres, las dueñas de sus letras, y las que hurgaron en la historia para que se les diera una segunda oportunidad, son ese viento que nos mueve a quienes vamos en la fila, queriendo escribir, sintiendo una candelada por dentro, la misma que no dejan apagar en el país Piedad Bonnett, Laura Restrepo, Pilar Quintana, Melba Escobar, María Ospina, Sara Jaramillo y tantas otras.
Y que nos quema a las demás de este tiempo que, como solía ser, tenemos que seguir siendo buenas mamás, empleadas exitosas, inmejorables esposas, eficientes administradoras del hogar, deportistas disciplinadas y, luego de cumplir con una larga lista de to do’s, en la negra madrugada, o en la noche ya honda, ponernos a escribir sin despertar a nadie. Llegará el día en que en literatura, las mujeres crucemos el margen e igualemos a los hombres en volumen y reconocimiento. Así, para que como estas 105 que suman la primera y la segunda Biblioteca.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-montoya/