La Cámara Colombiana del Libro publicó un estudio sobre el panorama de las librerías en Colombia y hay un auge en los últimos veinte años: el 51 % se abrieron entre 2001 y 2020 y el 22 % del 2021 en adelante. El marco de la muestra del estudio fue de 205, aunque se estima que en el país funcionan unas 500.
Que haya más librerías es para celebrar. Significa que hay personas apostándoles a los libros y hay espacios para que la gente se tope con ellos: es más fácil encantarse si están cerca y eso se convierte en un círculo vicioso: entre más lectores se necesitan más librerías —y más bibliotecas, por supuesto.
Emiro Aristizábal, presidente de la Cámara Colombiana del Libro, le dijo a El País de España que el repunte se debe a un apetito creciente. “Según el estudio de hábitos de lectura, asistencia a bibliotecas y compra de libros de 2023, el promedio de libros que leen cada año los mayores de 18 años en Colombia llegó a 3,7 libros, frente a 2,7 de 2017. También aumentó la lectura entre los lectores más dedicados, que pasaron de 5,4 a 6,9 libros en promedio al año”.
Y esa sí que es tremenda noticia.
Lo es no porque uno no pueda vivir sin leer, sino porque los que sabemos qué significa, queremos que más personas gocen de ello: es la posibilidad de habitar otros mundos, ser otros, tirarse en la cama y no estar ahí. Es difícil describir la sensación de no ser capaz de soltar un libro a las dos de la mañana porque se necesita saber qué va a pasar.
Ahora, no significa que no falte mucho.
Para un país de 52 millones de habitantes, el número no es tan grande —Aristizábal lo dice, “si nos comparamos con España, con una población ligeramente inferior a la nuestra y unas 2 000 librerías, hay mucho camino por recorrer”— , y si bien de 32 departamentos más el distrito capital, 26 cuentan con al menos una, entre Bogotá, D. C. y Antioquia reúnen el 62. 8 % del total.
En el mapa del estudio, todo el sur y gran parte del oriente están sin colorear: no hay por ejemplo ni en Amazonas, Putumayo, Vaupés, Guainía o Caquetá. De 1 104 municipios, solo en 54 hay por lo menos una. Es decir, hay mucho espacio para más librerías —y todo lo que esto nos muestra del país que somos y las regiones olvidadas.
Tengo un ejemplo cercano. El pueblo en el que crecí, Riosucio, Caldas, que es cultural por el Carnaval de Riosucio —que entre sus características está su literatura matachinesca— y el Encuentro de la Palabra — el más antiguo del país—, no tiene una librería. Si a uno se le antoja un libro, no hay dónde, salvo unos cuantos de autores riosuceños en la Casa del Carnaval. Aunque, menos mal, hay biblioteca, y eso ya es fundamental.
Lo bonito de este informe es que muestra que las librerías son, casi siempre, un trabajo de personas que creen en los libros, porque el principal problema, en general, son los bajos márgenes de ganancia (79.6 %), al que se le suman los altos costos de operación (78.6 %) y el precio de los libros (68.8 %). Por eso las ventas se acompañan de café, restaurantes, artículos anexos a las librerías o programas culturales, sobre todo en las medianas y pequeñas.
Esta lista varía cuando se miran los problemas en específico, pero me llama la atención que mientras los bajos hábitos de lectura es el segundo de las de cadena, para las medianas está de cuarto y para las pequeñas de octavo. Mi primer pensamiento es justamente el acercamiento que estos lugares tienen con sus lectores: se vuelven espacios de amigos, pequeños hogares alternos. De ahí la importancia de los eventos culturales y los clubes de lectura.
Esto también está en el estudio: la actividad cultural principal es la presentación de libros (64 %) y talleres y clubes de lectura (44 %). Y ahí creo que queda muy claro que no se trata solo de vender, sino de las conversaciones que se generan, que al final enganchan a las personas con la lectura. Leer también es ver a otros leer, escucharlos hablar de una historia y, en estos tiempos, encontrarse con el autor.
Eso hay que aplaudirlo, porque muchos sitios lo hacen maravillosamente. Luego, en Medellín, hay que celebrar, y defender siempre, todo el ecosistema libro que conecta a las librerías, las bibliotecas, los eventos del libro.
Pero entonces, hay que recordarnos que para que estos lugares existan y crezcan, necesitan de nosotros. El ejemplo es que el segundo problema general es la competencia de plataformas en línea (78. 6 %). Por supuesto que es difícil elegir si un libro vale menos en una aplicación superpoderosa como Amazon o Buscalibre, pero es una cadena de esfuerzos que también nos incluye como lectores: se trata de valorar el trabajo de los libreros. Es básicamente apoyar el talento local.
El urbanista Richard Florida dice que las ciudades más vivas no se miden solo en edificios o autopistas, sino en cafés y librerías. Su teoría de la clase creativa —esa que transforma con sus ideas el lugar en que vive— muestra que en lugares como San Francisco o Seattle, la abundancia de estos espacios culturales es señal de desarrollo, de verdadera riqueza. Porque allí hay conversación, imaginación, pensamiento. Eso hace crecer.
Tener más librerías es siempre una buena noticia, y que cada vez haya más lectores, igual, por las varias razones dadas, pero que se pueden resumir en paisa: leer es una chimba. Aunque quizá me gusta más decirlo como un título de un libro de Jairo Aníbal Niño: La alegría de leer.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/monica-quintero/