Maternidad de revista

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Pensé esta semana en lo difícil que me ha parecido ser mamá. La gente me mira y me pregunta: “¿Y estas muy feliz? ¿cierto que es lo mejor?”. Lo dicen y suena más como una afirmación.

Al principio decía que sí para evadir la verdadera conversación. Mi niña nació en circunstancias complejas y no tenía energía para decir lo que realmente estaba sintiendo. ¿Cómo iba a estar feliz si tenía una bebé prematura, conectada a un montón de aparatos y viviendo en una incubadora? ¿cómo me iba a parecer lo mejor ver mi cuerpo cortado y adolorido, inflamado y agotado, sangrando y derramando gotas de leche que mi hija no podía tomar?

Durante esos días de uci de neonatos, vi a mujeres física y emocionalmente agotadas, que no se cuidaban ni se daban tiempo para el descanso, sólo por no liberarse de esa idea de la madre perfecta, la madre abnegada, la que hace todo por sus hijos. Desde que supe que estaba en embarazo entendí que, si no me cuidaba yo primero, jamás podría cuidar a mi bebé. Como en los aviones: hay que ponerse la máscara antes de ayudar a otros a ponérsela.

Vi ojos inquisidores que me esculcaban con la mirada cuando decía que yo no cumplía con los horarios de extracción de leche para aumentar la producción, que me iba de la clínica a dormir y no me iba llorando ni sintiéndome mal por dejar en la incubadora a mi hija, (¿qué podía hacer? Sabía que estaba bien, terminando de crecer).

Entonces pensé en que somos esa sociedad que privilegia la imagen, lo políticamente correcto por encima de la verdad, de los sentimientos, de la autenticidad. Nos acostumbramos a vivir en la época donde hay que mostrar la mejor cara para obtener muchos me gusta; la sociedad de los aplausos por quién hace más, quién se vende mejor. Nos convertimos en una propaganda.

Mi hija lleva ocho meses en este planeta y nunca me he despertado anhelando no tenerla. Cada día su sonrisa me llena de una fuerza y una motivación antes desconocidas para mí. Su olor a nube y a jabón me hacen creer en la belleza inesperada. Verla es sentir esperanza, (tan difícil de encontrar por estos días con un montón de locos jugando Monopoly con el mundo).

Hoy me tomo el tiempo de responder cuando me preguntan si estoy feliz de mamá: “estoy tranquila —digo— en paz con mi nueva realidad”. Ser mamá no me ha hecho más feliz de lo que ya era, ni me siento plena por serlo. No era mi proyecto de vida ni mi sueño más grande.

He tenido diferentes sueños. Algunos los he cumplido, otros siguen a la espera de realizarse, y hay otros que sé que serán imposibles de cumplir, pero la fantasía de imaginarlos me permite escapar muchas veces de la realidad cuando me agobio. Escribiendo, por ejemplo. O leyendo.

Decía que nos acostumbramos a esas imágenes asépticas y pulidas que solemos ver en redes sociales. La de la mamá perfecta y superpoderosa es una más del libreto digital que tanto cansa. Desde que estamos jóvenes nos preguntan constantemente cuándo vamos a tener hijos, pero al tenerlos la sociedad nos exige vernos y mostrarnos como si nada hubiera ocurrido, desde lo físico y lo mental. Nuestros sentimientos son inválidos porque ¡cómo te va parecer difícil y duro si un hijo es maravilloso!

Tal vez lo realmente difícil no sea ejercer la maternidad, sino —de nuevo, como en tantas ocasiones de mi existencia— volver a ser la que se sale del guion y empezar una nueva lucha es lo realmente duro y agotador. Pero no me rindo. Maternidades hay tantas como madres hay en el mundo.

Soy la mamá de Agustina. La de nadie más.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/amalia-uribe/

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