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Han sido días agobiantes. La discusión política -tanto la grande, la de los candidatos y los actores políticos y los medios de comunicación, como la pequeña, la de las casas, la de las comidas familiares de silencio incómodo y los dramas de grupos de Whattsapp- ha sido tensionante, contestada y en muchos casos, se ha degradado en una mezquindad que hasta hace poco se nos hacía extraña. Hay heridas y cansancio que tomará meses, sino años, superar. Es posible que, independiente del resultado electoral de este domingo, los hilos rotos de nuestro tejido social no se enhebren rápidamente.
En Tenemos que hablar Colombia, algo más de cinco mil colombianos y colombianas nos dijeron que, a pesar de todo, contra viento y marea, frustraciones políticas y tristezas electorales, confiaban en la sociedad civil. Organizaciones, empresas, universidades, jóvenes organizados, ciudadanos del común, eran merecedores de sus esperanzas. Fue un resultado que nos dio alivio a los que trabajamos en la iniciativa de diálogo nacional; incluso en la incertidumbre de un futuro que nos agobia, hay certezas que nos hacen pensar que no estamos solos.
La confianza, en la conversación teórica, es aceite que lubrica los engranajes de la máquina social; permite que intercambios cotidianos y extraordinarios ocurran con menos dificultades. Pero también hay que verla como bálsamo en momentos como los que atraviesa Colombia. Señalar en quién confiamos en un refugio para inestabilidades y angustias como las que pueden estar sintiendo muchos compatriotas. Reencontrarnos con la confianza que sentimos en la sociedad civil es todo menos un salto al vacío. Hay cientos de organizaciones, iniciativas y personas que vienen liderando escenarios de encuentro, trabajo conjunto y acción pública para, básicamente, tener un mejor país.
En ocasiones hay una condescendiente subestimación del rol de la sociedad civil en las decisiones públicas en Colombia. Pero justo el año pasado, en medio de una movilización social sin precedentes en la historia del país, fueron las organizaciones sociales, las empresas, las universidades y los grupos de ciudadanos activos los que idearon y lideraron docenas de iniciativas de encuentro y diálogo que ayudaron a gestionar buena parte de las dificultades mientras el gobierno nacional hacía agua.
Claro, esto no quiere decir, ni mucho menos, que el Estado no es el protagonista de la resolución de muchos problemas públicos, pero no puede ni debe ser el único personaje responsable. Quizá una lección de democracia pluralista y gobernanza democrática que nos deparan estos agrios meses de campaña es que reconozcamos que podemos poner buena parta de nuestras esperanzas de un futuro mejor en alguien más que el Estado. Y que esa confianza, en el fondo, es promesa del bien que podemos hacer trabajando juntos.