El mundo de hoy

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Durante esta semana, he estado leyendo la autobiografía del escritor austriaco Stefan Zweig. Esta conmovedora historia, narrada en primera persona, goza de una claridad que atrapa desde el primer renglón. En el libro, Zweig comienza describiendo la Viena de su infancia y juventud: un lugar donde creció entre la seguridad y los valores de una cultura que se abría a la modernidad, en el esplendor de las ideas liberales. La ciudad en la que vivió fue un semillero de música, pintura y poesía, un ejemplo de la Europa cultural y humanista de los últimos años del siglo XIX y los primeros del siglo XX.

Sin embargo, esa Europa rápidamente degeneró en el auge y consolidación de la más perversa de las ideologías: el nacionalismo. Esta peste se expandió por el continente, alimentando regímenes genocidas que justificaron el exterminio de millones de seres humanos en nombre del «bien superior». Una idea de nación en la que no había lugar para el foráneo ni el disidente. La anulación del otro como sujeto de derechos llevó a la humanidad a transitar sus horas más oscuras, una experiencia que Zweig retrata con una narración capaz de calar en lo más profundo del alma.

Es imposible leerlo sin trazar paralelismos con el presente. Al comparar el pasado con nuestro tiempo, resulta aterrador reconocer cómo estamos conduciendo nuevamente a la humanidad por una senda caótica. Parecemos obstinados en repetir los errores del siglo pasado. Las lecciones aprendidas se han desvanecido, y hoy observamos, quizá con apatía, la vertiginosa escalada de populismos autoritarios que, una vez en el poder, pueden transformarse en los peores totalitarismos que haya conocido nuestra especie.

La comunidad internacional y los organismos multilaterales parecen incapaces de contener estas amenazas, alimentadas por grandes poderes económicos globales. Basta mirar lo ocurrido la semana pasada tras el regreso del magnate norteamericano Donald Trump. A pesar de las condenas, lejos de quedar desprestigiado, su figura fue catapultada nuevamente a la posición de poder más importante del mundo. En cuestión de minutos desde su regreso al Despacho Oval, borró de un plumazo derechos civiles, abandonó acuerdos climáticos, retiró a Estados Unidos de la Organización Mundial de la Salud, cerró fronteras y amenazó con anexar, por cualquier medio, el territorio de otros países para acrecentar su soñado imperio americano.

Algunos dirán que esto es solo una vulgar puesta en escena dentro del tinglado de la política global. Pero no se trata solo de Trump. Basta analizar el panorama actual de los países con roles protagónicos en el mundo: Rusia tiene a Putin, China a Xi Jinping, Corea del Norte a Kim Jong Un, e Irán al Ayatolá. En Israel, Netanyahu representa la ultraderecha nacionalista, mientras que en Europa estos movimientos ganan cada vez más espacio, amenazando con implosionar la Unión Europea y aislar a sus países nuevamente.

En nuestra América Latina, la situación no es menos preocupante. La dictadura chavista se ha consolidado, aliada con los regímenes cubano y nicaragüense, mientras líderes populistas como Petro, Milei y Bukele erosionan desde dentro los sistemas políticos. Como parásitos, se alimentan de un huésped cada vez más debilitado. Ideologías opuestas se retroalimentan, creando enemigos necesarios para perpetuarse, ganar adeptos y consolidar sus narrativas.

Este es el mundo de hoy: peor que el de ayer y con un futuro sombrío. ¿Cómo carajo frenamos antes de llegar al abismo?

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/samuel-machado/

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