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Las cosas y los fenómenos no son, en muchas ocasiones, apenas o principalmente como se llaman o autodenominan. Pongo un ejemplo básico: el partido político Centro Democrático no es de centro porque tenga el término en su nombre, y dudo mucho que sea democrático, siendo tan caudillista. Es respetable como partido y tendencia política, pero su nombre es una falacia.
Lo propio pasa con el mal llamado “neoliberalismo” (en adelante lo usaré sin comillas, para no cansar al lector”), Empecemos por desglosar el nombre. Neo- es un prefijo que significa nuevo y el liberalismo refiere inexorablemente a liberal y a la libertad. Como concluiremos, de liberal y de libertad no tienen prácticamente nada: es una astuta etiqueta para ocultar uno de los mayores y tiranos conservadurismos de la historia.
Podríamos escribir tratados con las diferentes acepciones que ha tenido el término neoliberalismo desde que se empezó a hablar de él en los años 30, muchas de ellas casi que diametralmente opuestas, la mayoría endilgadas a la derecha, pero otras incluso las relacionan con el socialismo, el progresismo o el “estado de bienestar”.
Sin embargo, en medio de tanta polisemia, es posible encontrar un común denominador de lo que este término ha significado en los últimos 50 años, a partir de la “Escuela de Chicago”, en cabeza de Milton Friedman, y el “Consenso de Washington”, que aceleró los procesos de “apertura” y globalización económica. El neoliberalismo pretende, supuestamente, la máxima libertad de empresa y de mercado y la mínima intervención del Estado en la economía. Desregulación y fundamentalismo de mercado, como lo llama Joseph Stiglitz.
Sus defensores lo promueven porque lo consideran la condición indispensable para el crecimiento y el desarrollo económico y empresarial, lo cual, supuestamente, es la mejor garantía para que haya desarrollo social, que es, en palabras simples, lo que propone la famosa “teoría del derrame”: favorecer con impuestos y exenciones a los ricos, que con eso se beneficiará, a la larga, la sociedad en general.
Esto, evidentemente, no ha pasado: según el Informe sobre la riqueza mundial de 2015 del Credit Suisse el 1% más rico del planeta controla la mitad de los activos del mundo, mientras que la mitad más pobre posee en conjunto menos del 1% de la riqueza mundial. No estaba muy equivocada Adela Cortina cuando decía “No existe riqueza de las naciones, sino riqueza y pobreza de la humanidad”.
En suma, el neoliberalismo está lleno de falacias y entelequias por doquier, empezando por la estupidez de “La mano invisible”, término a lo que fue reducido el gran trabajo de Adam Smith.
Empecemos por la libertad de mercadeo y de empresa. Salvo excepciones, los principales opositores a la libertad de empresa son los mismos empresarios, no son los estados: ¿a cuántos empresarios les gusta tener competencia? La mayoría la quiere aniquilar o por lo menos ser monopolios o, a lo sumo, duopolios u oligopolios. Y eso no los hace malas personas, porque es muy humano. Seguramente si usted o yo tuviéramos una empresa, supóngase un supermercado de barrio, muy posiblemente no quisiéramos que hubiera más en muchos metros a la redonda.
Querer ser monopolio es muy humano y no tiene nada de malo, lo perjudicial para la sociedad es no hacer solo uso sino abuso de esa posición dominante de mercado, siendo tiranos con los clientes, proveedores y empleados, obligándolos a aceptar sus condiciones leoninas. Eso es lo malo, y lo fastidioso y falaz es que vivan pregonando una libertad de mercado que no les interesa. No seamos ni ingenuos ni hipócritas.
Sigamos con lo del mínimo Estado, que no es lo mismo que una estructura estatal pequeña. Los neoliberales quieren la mínima intervención del estado para las clases menos favorecidas, pero el máximo peso del estado en favor de sus intereses. Bueno, y también de los supraestados, tipo Fondo Monetario Internacional (FMI), Banco Mundial (BM), u Organización Internacional del Comercio (OMC), a los que suele controlar cuando no cooptar, como lo hacen con la mayoría de países. Cualquier persona informada sabe muy bien que gran parte de las leyes en los estados capitalistas las dictan las grandes corporaciones de cada país o del mundo, en contubernio con los políticos de turno, que casi siempre terminan siendo sus idiotas útiles.
De modo que el tal neoliberalismo es todo lo contrario a su nombre: un neoconservadurismo de lo más extremo, que está basado en el corporativismo, el capitalismo rentista, monetarista, financiero y especulativo, plagado de carteles empresariales, que destruye el valor del sector primario de la economía, fundamental para la subsistencia humana y para el planeta. En el neoliberalismo la libertad es para el capital, no para las personas.
Es tan radicalmente godo este modelo, que el reconocido analista político conservador estadounidense Francis Fukuyama, que en El fin de la historia y el último hombre celebró el triunfo final de la economía de libre mercado, ha sostenido recientemente que “los neoliberales fueron demasiado lejos. Ahora hacen falta más políticas socialdemócratas”.
Desde los años setenta también lo había advertido, a su modo, Friedman, quizá el más representativo y radical de los neoliberales, cuando abogaba por un mercado libre y sin trampas, o, más simple aún, por un auténtico mercado, que es lo que no le gusta a los neoliberales, propensos a la dictadura, sea de la oferta o de la demanda, según su conveniencia. En La responsabilidad social de las empresas es aumentar sus utilidades, publicado en The New York Times Magazine en 1970, dijo “Las empresas solo tienen una única responsabilidad social: utilizar los recursos propios y promover actividades que aumenten los beneficios, siempre y cuando cumplan con las reglas de juego, es decir, que compitan abierta y libremente sin engañar ni cometer fraude”.
Y esas reglas de juego, que son las de la libre competencia, es lo que no respetan ni quieren respetar los neoliberales, perdón, los neoconservadores de las grandes empresas, de las corporaciones, que ante todo quieren mantener, acentuar y perpetuar su statu quo. Ingenuos los que creen en eso, y los que en algún momento hemos criticado algo que suele ser lo contrario de lo que su nombre indica.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/pablo-munera/