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En los últimos días, ha ganado popularidad el debate sobre la disminución de la tasa de crecimiento de la natalidad tanto en países desarrollados como en aquellos en vías de desarrollo. Este fenómeno demográfico plantea serias implicaciones sociales y económicas a largo plazo.

Una de las noticias más destacadas es la posibilidad, según estimaciones económicas, de perder capital laboral a largo plazo. En una economía, los adultos jóvenes son la principal fuente de trabajo calificado y productivo, esenciales para sostener el crecimiento y la innovación.

Países como Estados Unidos, Canadá, España y Japón, actualmente potencias a nivel mundial registran una tasa de natalidad por debajo de los dos hijos por mujer. La tasa de natalidad óptima para mantener una población estable, que garantice la continuidad de los sistemas actuales, es de aproximadamente 2.1 hijos por mujer. Este descenso indica un problema claro: la ausencia de niños que aseguren la sustentabilidad de sistemas dependientes de generaciones futuras, como las pensiones, la mano de obra, las actividades de cuidado y la acumulación de recursos.

Históricamente, como sociedad, hemos diseñado nuestros sistemas con la dependencia de futuras generaciones para mantener y retribuir a la población adulta mayor. Sectores como el pensional son posiblemente los más afectados. Las pensiones contributivas, apoyadas por el Estado, dependen de la contribución constante de una población joven que participe activamente en el mercado laboral.

Aunque uno de los principales objetivos de la humanidad es preservar su existencia en la Tierra, los avances tecnológicos, el aumento en la educación y la mayor participación de las mujeres en el mercado laboral, a pesar de ser aspectos muy positivos, han tenido efectos inesperados en la disminución de la cantidad de niños nacidos. Hace unos años, la edad promedio en la que una mujer tenía su primer hijo se situaba entre los 20 y 30 años, siendo más alta en países desarrollados. Actualmente, esta edad ha aumentado, situándose en los primeros años de la tercera década de vida.

Esta tendencia es preocupante, ya que está directamente correlacionada con la fertilidad. A medida que las mujeres tienden a tener hijos a edades más avanzadas, aumenta la probabilidad de embarazos riesgosos y se reduce la fertilidad. Además, una población joven cada vez menos incentivada a tener hijos, mayores tasas de soledad, disminución del tamaño de las familias y un mayor acceso a la educación, continúan alarmando sobre la sostenibilidad de los sistemas económicos y sociales actuales.

Las tasas de natalidad en muchos países han comenzado a mostrar crecimientos negativos desde hace varios años, lo que plantea serias preguntas sobre el futuro. La conciencia social sobre la necesidad de una descendencia sostenible es crucial. Es fundamental reflexionar sobre los problemas futuros y el aporte que una nueva generación puede ofrecer en este mundo. La única manera de revertir la tendencia de un «desierto infantil» es a través de nuevos nacimientos que aseguren la continuidad y el desarrollo de nuestras sociedades, sabiendo que nuestro futuro, siempre estará en manos de las nuevas generaciones.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/carolina-arrieta/

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