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Va a ganar Trump irremediablemente: queda preguntarse por qué, y si nos espera el fin del mundo. La primera pregunta se responde con otra: por qué Kamala Harris no va en la punta, a pesar del tipo de candidato que es el contrincante: un hombre condenado por la justicia e —¿indirectamente?— responsable de los hechos del Capitolio, que se convirtieron en un símbolo de desprecio a la democracia.
Por varias razones: vamos desde las más hondas hasta las más superficiales:
Razón uno: Donald Trump, el oportunista, es el producto de un cocinado a fuego lento que empezó a hervir después de la caída del muro de Berlín. A pesar de que ya no existía este enemigo global llamado comunismo, EE.UU continúo el ánimo belicista e intervencionista en conflictos ajenos. Ese malestar de ver tanta plata gastada afuera, en conjunción con las primeras exclusiones sociales y económicas que producía la naciente globalización, dio origen a una corriente de pensamiento que se conoce como paleoconservadurismo.
Tal ola, anidada a la derecha de la derecha, defiende el aislacionismo, el nativismo y el proteccionismo económico. Traducción: aranceles a las importaciones, inversión social para los americanos blancos y expulsión de inmigrantes. Palabras más, palabras menos, el programa de gobierno de Trump.
El paleoconservadurismo abraza el malestar de los blancos de clase media de Estados Unidos, víctimas de una sucesiva pérdida de poder adquisitivo y dueños de una rabia monumental que los demócratas solo han avivado con el tiempo.
No es que Trump haya sido artífice de esas líneas ideológicas, él solo quiere ser Presidente y lo ha querido desde hace casi treinta años. En una ocasión inclusive, integrante de una disidencia partidista, propuso a Oprah Winfrey como fórmula vicepresidencial.
Hoy, el oportunista está montado en la cresta de la ola y tiene el mérito de haber hackeado el partido Republicano en su conjunto con las ideas paleo conservadoras y sus representantes. Por eso va a ganar.
Razón Dos: el eterno empate partidista. En una columna del New York Times, David Brooks señala lo curioso que resulta el escaso movimiento de las encuestas y los empates en resultados electorales de los últimos diez años. En EE.UU, dice, los partidos dejaron de ser instituciones equipadas para ganar elecciones.
Y cita el estudio Politics Without Winners del Instituto Estadounidense de la Empresa. De acuerdo con los académicos Ruy Teixeira y Yuval Levin “cada partido lleva a cabo campañas centradas casi exclusivamente en los defectos del otro, sin ninguna estrategia seria para ampliar significativamente su alcance electoral”. ¿Suena familiar? En lugar de haber innovado en la comunicación, aprovechado su gracia e inteligencia, centrado su discurso en la esperanza, Harris cayó en la trampa de la descalificación, que es la que mantiene la aguja electrocutada en la mitad.
Eso los lleva a mirarse nada más que el propio ombligo. Los partidos, dicen los autores del estudio, “han dado prioridad a los deseos de sus votantes más intensamente devotos —que nunca votarían al otro partido— sobre las prioridades de los votantes con posibilidades de ganar que podrían ir en cualquier dirección”.
Si son cuasi religiones, tienen sus sacerdotes. Y, en lugar de ser funcionarios electos, con capacidad de ampliar bases y conseguir votos, los clérigos son señores con micrófonos en podcasts y canales de youtube. Esto es cierto para ambos partidos, pero hoy perjudica más al Demócrata porque abordar los puntos que le restan electores implica desafiar a los sacerdocios.
Razón tres: la post pandemia y sus indicadores económicos. Cualquier elección presidencial, pero más la gringa que es bipartidista, se debate entre la continuidad y el cambio. En el caso de esta, Harris, aunque no fuera lo tímida que es para tomar distancia de Biden, representa la continuidad y para la gente eso significa alta inflación y altas tasas de interés, la realidad inevitable para muchos países después de la pandemia.
El problema es que los electores, presa del desencanto y el enojo, no acuden a explicaciones racionales, como que los efectos inflacionarios fueron consecuencia del exceso de gasto público obligado por el coronavirus, sino que se refugian en promesas de cambio, como las de Trump.
No soplan vientos liberales en Estados Unidos. Por eso es que Trump, a pesar de ser Trump, va a ganar las elecciones, aunque sea con muy estrecho margen.
¿Será el fin del mundo? Lo veremos subiendo aranceles a las importaciones (a tasas de hasta el 60% si son chinas) y expulsando migrantes al mismo tiempo para cuajar un caldo de escasez de mano de obra. Lo veremos cooptando el poder de la Reserva Federal y de las cortes, desafiando las instituciones democráticas como explica The Economist. Nefasto, sin duda, pero una oportunidad para el resurgimiento de una energía liberal perdida: una “explosión controlada”, en los términos de Alejandro Gaviria. Un triunfo de Harris (con estrecho margen si sucediera), significaría mantener contenidos los vapores de una olla que los demócratas no han sabido drenar.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-montoya/