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Hay tres personas en el mundo de las cuales no acepto críticas ajenas: mi papá, mi mamá y Taylor Swift. Y no porque tenga la certeza de que son intocables o perfectas. Realmente, todo lo contrario.
Son personas que, ante mis ojos de fanática, sus imperfecciones son partes tan arraigadas en su ser, y su ser tan aspiracional, que simplemente prefiero ignorar esas partes que me duelen, con las que no estoy de acuerdo.
Hace poco, escribí un reportaje sobre el costo de la seguridad en El Salvador para un periódico en inglés. Y partió desde una pregunta muy genuina, que para una persona inquisitiva que cuestiona todo a su alrededor como yo, fue natural: ahora que El Salvador fue nombrado el octavo país más seguro del mundo, ¿cuánto le costó al gobierno lograrlo? ¿A la ciudadanía? ¿A los criminales? Porque en últimas, por muy bueno que sea un resultado, siempre tiene un costo.
Entre todo lo que he escrito en mi vida, este fue el último artículo que pensé iba a generar conmoción. Bien saben quienes me rodean, y quienes me han leído con cierta frecuencia, que mis ideas nacen de una curiosidad incesante, presente desde el minuto cero, cuando a mis tres años le pregunté a la mamá, ¿qué significa “significa”?
No fue extraño preguntarme sobre el costo de la seguridad salvadoreña. Porque lo he hecho también con Colombia, con Estados Unidos. Por ejemplo, ¿cuánto le costó a Uribe acorralar a las FARC? ¿Cuánto le costó a Estados Unidos mantener la Unión en la Guerra Civil?
También me he preguntado sobre el costo que implica ser amado y amar, tener amistades o no hacerlo, hacer ejercicio o no. Mejor dicho, se extiende muchísimo más allá de temas políticos o sociales, y trasciende mi escancia misma, la manera en la que me veo hoy en el futuro, lo que quiero y cómo lo conseguiré.
Por primera vez en mi vida me llegó muchísimo odio por algo que haya escrito. Una persona hasta me escribió un correo electrónico diciéndome que era mugre humana, me dijeron “pseudoperiodista”, mediocre, estúpida.
Y entre todo, reconocí que ese era el precio de hacer lo que amo, y que sí estoy dispuesta a pagarlo. Pero también recordé una frase que dijo Alexander Stephens, vicepresidente de la Confederación en la Guerra Civil de Estados Unidos; “todo fanatismo surge de una aberración de la mente, de un defecto en el razonamiento.” Por supuesto, Stephens se refería al fanatismo de los abolicionistas, aquellos que apoyaban la libertad de los millones de esclavos negros que en ese país vivían.
Nos resultará bastante hipócrita hoy en día que un esclavista orgulloso criticara los fanatismos. Que aquel personaje que lideró un movimiento de independencia basado en la creencia (fanática) de la supremacía blanca hablara tan abiertamente de lo que estaba mal en el mundo. Los otros, por supuesto. Los otros fanáticos.
Pero los abolicionistas también habrán sido fanáticos, me imagino. La historia nos ha demostrado que no siempre fue así. Que este odio a la esclavitud que el norte terminó asumiendo fue un proceso gradual, basado no en una apuesta a la igualdad, sino porque sin atacar el sistema económico del sur, la Confederación permanecería viva. Igualmente, a lo último terminaron asumiendo esta posición.
Quienes no están de acuerdo con que se cuestione el status quo, quienes no están de acuerdo con que se indague sobre los personajes y acontecimientos que ellos han definido como irrevocablemente buenos entre todas sus faltas, son fanáticos.
¿Recuerdan a mis tres personas intocables? Porque en este ciclo de apoyo incondicional, de amor profundo hacia personas o situaciones lejanas, ideas abstractas, partidos políticos, y modelos económicos, las preguntas resultan personales.
Entonces, mientras que una pregunta sobre qué tanto usa Taylor Swift su avión privado es dolorosa para mí, también lo es mi artículo para quienes me escribieron en redes sociales. Entiendo el odio, el resentimiento, y los insultos porque se siente como si yo hubiera roto un sistema de creencias que, aunque externas, se sienten como propias.
Por esto, nadie se salva del fanatismo. Y aunque No apto siempre le ha apostado a lo contrario, a tener conversaciones donde no nos tomemos lo que se escribe y lo que se cuestiona como personal, al final del día, con los temas correctos, sí se siente como un puñal al corazón. Nos terminan sacando llaga.
Sí podemos asumir cómo utilizamos ese sentimiento. No hace mucho me disgusté con mi hermano porque me preguntó sobre el avión de Taylor Swift, y mis papás nos dijeron que simplemente no habláramos del tema. Pero, y aquí vuelvo a la razón de ser de este medio, ¿no es así como empezamos a decirles a nuestros hijos que no se podía hablar ni de fútbol, ni de política, ni de religión?
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/salome-beyer/