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Ya sabemos que las redes sociales digitales se apoyan el sesgo de confirmación para mantener nuestra atención y reforzar nuestras creencias. Imaginamos que el mundo es como lo vemos a través de las pantallas. Es fácil acoplarse al mundo y tomar posición cuando la mayoría de las personas que me rodean opinan y rechazan lo mismo que yo. Lo difícil es dudar de la información que tengo, activar el pensamiento crítico y buscar una fuente opuesta que contradiga lo que pienso. El cerebro busca certezas, no dudas, es un mecanismo evolutivo que nos permite conservar energía y avanzar. De hecho, la disonancia cognitiva se experimenta como un pequeño dolor, como un corrientazo inesperado al interior de nuestra cabeza; así nos alerta nuestro cerebro del peligro, del peligro de aprender algo diferente, del peligro de desaprender y cambiar de opinión.

Gracias a mi trabajo tuve la oportunidad de visitar El Salvador, país centroamericano que jamás había conocido. Un país que en los últimos años ha sido tema de conversación y debate en redes sociales y noticieros internacionales. Para mal o para bien, lo que pasa en este país ha llamado la atención de muchas personas de diferentes orillas ideológicas y políticas. Aterricé allí con los ojos abiertos y en modo esponja. Intenté leer cada señal, escuchar más que hablar, preguntar más que enseñar, caminar, explorar y aprender. Por supuesto, tres días no son suficientes para conocer a profundidad una sociedad o un territorio desconocido, tampoco estaba allí como investigador o juez. Solamente estaba en modo aprendiz y con la curiosidad a tope.

Me encontré con personas maravillosas, me encontré con una sociedad trabajadora y servicial, me encontré con gente sonriente y conversadora. Me encontré con muchas personas llenas de esperanza, de buen ánimo, gente amable y comprometida. Pude conversar con personas de diferentes profesiones y diversas realidades económicas. Había algo que siempre emergía, era la sensación de que las cosas, la vida en general, iban por buen camino. Nada era perfecto, me aclaraban, pero sentían que estaban atravesando una especie de rito de paso como se conoce en antropología, “no soy lo era antes, ni soy lo que voy a ser”.  Había optimismo en el futuro y tranquilidad en el presente. “Migrar ya no es la única salida”, alguien me dijo.

El paisaje también estaba en transición, edificios modernos aparecían y se mezclaban con casas coloniales, era claro que la economía estaba en movimiento, que la inversión pública y privada estaba transformado materialmente a la ciudad. Allí estaban pasando cosas, fue mi lectura permanente, cosas buenas para los salvadoreños, les entendí. Me vine a mi país pensando, reflexionando sobre ideas y definiciones, me vine con la plasticidad neuronal que solo los viajes le regalan al cerebro. Me vine imaginando oportunidades y desafíos, me vine a Colombia a seguir dudando de mis ideas y de mis creencias. Me quedo con esta frase de Charlie Munger, “Nunca me permito tener una opinión sobre nada a menos que conozca el argumento de la otra parte mejor que ellos”. Leída justamente, volando de regreso en el libro de Shane Parrish “Pensar con claridad”.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juanes-restrepo-castro/

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