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¿No los felicitaron ayer? Fue el día de la Tierra, es decir, el día del sistema que sostiene a todos los seres que habitamos este planeta. El día de las ballenas yubartas que recorren miles de kilómetros para dar a luz a sus crías en las aguas cálidas del Pacífico tropical. De las arañas tejedoras que escriben con sus hilos mensajes que aún no podemos descifrar. El día de los arcoíris, de las tormentas, de los cielos estrellados. De los árboles milenarios, de los ríos voladores. También es el el día del agua que impulsó la turbina que generó la electricidad de la que depende nuestra forma de vida, el día de la gallina que puso el huevo que te comiste al desayuno, de la vaca que sacrificaron para que estuviera en el plato de tu almuerzo, de la planta de café que dio el fruto que perfuma todas las mañanas tu bebida y de las rocas con las que hicieron el edificio en el que vives.
Los días internacionales son fechas para “tomar conciencia” sobre algún asunto que consideramos relevante para la vida en sociedad. El de la Tierra se remonta a las movilizaciones ecologistas de los años setenta, década en la que el público general empezó a conectar el deterioro ambiental con las prácticas de consumo de las economías de mercado y en la que entraron en vigencia normas importantes para la protección legal de la naturaleza en diferentes partes del mundo. Las demandas de quienes se movilizaron en ese entonces eran calificadas de exageradas y tendenciosas. Las industrias que fueron cuestionadas por su irresponsabilidad ambiental tacharon de enemigos del progreso a quienes las increparon y no dudaron en usar la fuerza para acallar sus voces.
Cincuenta años después tenemos más herramientas para hacer que los grandes contaminadores rindan cuentas y más evidencia sobre la relación entre la economía y el ambiente. Pero ellos, los destructores de la Tierra, también han aprendido a camuflarse mejor. La persecución a los activistas ambientales se desplazó a las márgenes en las que las disputas escapan al imperio de la ley, es decir, al de la palabra, y se libran en el de la violencia. “America Latina es la región más letal para los defensores de la tierra según Global Witness” porque lejos de las cortes y de las cámaras, quienes defienden a la Tierra e incomodan a las industrias desde la selva están expuestos a la muerte.
Si en la periferia la estrategia es la aniquilación, en el centro es el trabajo simbólico para que las masas acepten que vivir es igual a consumir y que el consumo desaforado no tiene nada que ver con la crisis ambiental. La creación de necesidades innecesarias, si me permiten el oxímoron, y la construcción del estatus social a partir de la acumulación son formas en las que se erosiona cotidianamente la defensa de la Tierra. ¿Cómo podremos poner límites a la explotación del mundo natural si consideramos que tenemos derecho a consumir lo que se nos antoje? ¿Si se normaliza la idea de que todo se puede vender y comprar? Sin límites al mercado la conservación de lo que queda de la Tierra y la regeneración de lo que ya hemos destruido es inviable.
Si no los felicitaron ayer, hoy todavía vale: feliz día de la Tierra y de las renuncias que tenemos que hacer si queremos que siga siendo el paraíso que cada año celebramos.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/valeria-mira/