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Invasión

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Los seres humanos queremos conquistarlo todo. No nos basta con invadir tierras que no son nuestras, con cazar animales para alimentarnos y sobre alimentarnos, o para nuestro propio disfrute. Queremos incluso colonizar el corazón ajeno, los pensamientos de los otros, su manera de ver y habitar el mundo porque claro, yo sé más que el otro, yo lo conozco mejor y sé exactamente lo que necesita.

Ocurre en todo. Desde lo más simple hasta lo más complejo. Hace parte de nuestro entramado social y político establecer unas leyes, unas conductas que consideramos apropiadas o no, unas tradiciones y unas costumbres que dan cuenta de quiénes somos. Es algo que no es del todo terrible. Esa estructura también nos ha permitido evolucionar como especie, mejorar nuestra calidad de vida y vivir, de cierta manera, un poco más en paz. Suena extraño porque nada de esto es del todo real. ¿Qué lo es? Sigue habiendo muchísima desigualdad, guerras absurdas y “líderes” con ganas de destruir el planeta.

Desde hace casi cinco meses crece en mi vientre un ser que llegará a este mundo en agosto. Desde que supe que venía sentí tranquilidad. Siempre he aspirado a ella más que a ser feliz o estar todo el tiempo sonriente y con actitud positiva. La tranquilidad es mi estado ideal y sostenible. Durante tres meses mantuvimos la noticia en secreto. Sólo sabíamos mi esposo, mi ginecóloga y yo. Me habría gustado mantenerlo así durante mucho más tiempo. El embarazo, una vez se vuelve público, crea en los demás una especie de autoridad implícita para opinar, decir lo que debes o no hacer, lo que te hace bien o te hace mal, cómo te tienes que organizar. Te abruman con mensajes condescendientes de una alegría desbordada que, con excepción de los más cercanos, me parece falsa, impostada, incómoda.

Todo el mundo ama los bebés hasta que nacen. Luego vienen las críticas, las etiquetas, los juicios. Se olvidan de que son seres indefensos descubriendo el mundo y no que son adultos plenos con doctorado de Harvard.

Te dicen que la vida te va a cambiar, como si uno no tuviera las suficientes neuronas para anticiparlo o como si la vida no cambiara todos los días pues vivimos en el filo de la incertidumbre, de lo inesperado, de lo repentino. Estamos a una llamada de sentir el dolor más grande, de sufrir la pérdida más honda, de conocer un estado deplorable de un ser querido. Estamos a un correo de un despido, de una noticia que nos puede revolcar la vida en un instante. Te dicen que vas a conocer el amor más grande, como si en la vida no cupiera más de un amor grande, como si todo lo que hubieses vivido hasta ahora fuera un simple ensayo y tu existencia comenzara realmente cuando tienes un hijo.

Seguro las mamás que me leen dirán que soy muy ingenua y que no sé lo que me espera. Y es verdad, no lo sé. No tengo cómo saberlo pues nunca lo he vivido. Por eso quiero que mi experiencia siga siendo mía, íntima, personal, bajo mis reflexiones, pensamientos y emociones. Que sea mi propia voz la que en unos meses diga qué significa para mí ser madre. No quiero que nadie me abrume con información que yo misma sé dónde buscar. Ni que sea la voz de otras la que me condicione cómo voy a vivir esto tan transformador, tan grande, tan incalculable. Si algo he podido valorar de mis amigas que son madres, es que cada una de ellas tiene una mirada distinta sobre su embarazo, parto y postparto. No hay madres perfectas. Y eso es maravilloso. Saberse único, así como único es cada ser vivo que llega a esta tierra, es más poderoso que la romantización a la que estamos acostumbrados con las embarazadas.

Hace un par de columnas escribía lo mismo sobre el duelo de mi perro Gabo, que es personal, íntimo, y que cada persona vive su pérdida como puede y le da el significado que quiere. Este año he conocido al mismo tiempo la derrota, la fragilidad y la tristeza más innombrable. Y también la ilusión más insospechada, la alegría más inadvertida, la determinación y la fuerza más potentes que son las que crean, no únicamente vida, sino nuevas ideas, nuevas formas de pensar y de leer el mundo.

Pero como todo, y con humildad, sigue siendo mío. Me pertenece.

Otros escritos de esta autora:
https://noapto.co/amalia-uribe/

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