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Cuando la tragedia es tendencia

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En los últimos dos años, esta es la segunda guerra que veo explotar en la consciencia pública internacional. No digo que es la segunda guerra que veo iniciar porque el conflicto de Ucrania y Rusia y la violencia en la franja de Gaza no son nada nuevo; desde hace mucho habían iniciado. Lo debatí en los modelos de las Naciones Unidas desde hace años, y creo que para nadie que les preste atención a las relaciones internacionales o a la geopolítica fue tan impredecible. Ni la invasión Rusa a Ucrania, ni las acciones de Hamas en contra de Israel, ni las acciones de Israel en contra de los ciudadanos palestinos son sorpresivos.

Claro, a lo largo de mi vida he visto incontables noticieros cubriendo estallidos de bombas; la ola de terror que ISIS emprende en el Medio Oriente; los campos de concentración a los musulmanes en China; las FARC nuevamente movilizadas; el ELN, carteles y extradiciones; la bomba en el concierto de Manchester; tiroteos escolares; talibanes en Afganistán; mujeres asesinadas por sus exparejas. Violencia, violencia, violencia.

Me han llamado la atención especialmente los conflictos en Ucrania y en Gaza porque se ha repetido el mismo patrón ambas veces: varios famosos cuelgan imágenes desgarradoras o mensajes escritos en su aplicación de notas a sus perfiles de Instagram, y veo que mis redes explotan con emoticones de las banderas involucradas, llamados a la paz, promesas de oración. Personas haciéndole repost a las publicaciones de actrices, modelos o cantantes que de una u otra manera tienen conexiones a estas regiones del mundo.

Las calles en Edimburgo, donde vivo, se saturan con protestas todos los días, y las personas colorean afiches que dicen “FREE PALESTINE”, “PRAY FOR ISRAEL” “FUCK PUTIN” o “UKRAINE GIVE IN”. Se hacen unos en frente de los otros, discutiendo, gritándose, olvidándose de las personas que, a muchos kilómetros, no saben lo que está sucediendo por fuera de sus barrios. Porque una bomba dañó la señal, porque no saben dónde están sus pertenencias entre todos los escombros de lo que alguna vez fue su casa, o porque no pueden mirar las notificaciones una vez más solo para encontrar malas noticias, otra vez.

Discursos de odio, unos diciendo que todos los rusos son títeres idiotas, otros que los ucranianos son unos ilusos, otros que los israelíes son violentos e imperialistas, otros que los palestinos son terroristas. Generalizaciones inútiles que llevan a que nos distraigamos y no pensemos en lo que en realidad importa: las víctimas de la guerra.

La ONU en Ginebra puso un trino esta semana recordándole al mundo que, según el Convenio de Ginebra, hasta la guerra tiene reglas. Entre sus cláusulas está no herir ni interferir con la vida de civiles y no secuestrar ni asesinar a soldados heridos en combate o enfermos. Les pregunto sinceramente: ¿cuándo han visto que esto suceda en una guerra? ¿nunca, cierto?

La guerra no tiene reglas. El impacto que tiene la violencia sobrepasa a quienes están en las trincheras, o en los helicópteros, o sosteniendo un fusil; bien lo sabemos en Colombia. La ONU se equivocaba al pensar que los humanos podríamos tener restricciones en cuanto a herirnos entre nosotros, porque ni la moralidad ni la ley lo han prevenido en el pasado. Y se equivocan al regirse por una convención que fue creada antes de internet, de los computadores, de las redes, de la prensa internacional. Les ha quedado grande manejar un mundo que no se gobierna a partir de promesas, sino a partir de acciones.

Entonces, escribo esto para expresar lo mismo que le digo a mis amigos cuando me preguntan sobre la guerra en Colombia; no me puedo imaginar el sufrimiento tan absoluto que están viviendo las personas en Israel, en Palestina, en Ucrania y en Rusia. Pero, si realmente nos importa tanto la guerra por el sufrimiento que genera, en vez de tomarla como una tendencia de redes sociales, debemos asumirla también como la realidad histórica y multifacética que es.

Es fácil caer en la trampa de sentir que hicimos nuestra parte al compartirle a nuestros seguidores una imagen de lo que sucede; eso también es importante, hasta cierto punto. Pero la relevancia se cae cuando no lo conversamos en la mesa, cuando no nos educamos sobre por qué hay tanta violencia. Cuando no nos preguntamos por qué Hamas atacó a Israel, por qué el pueblo palestino reclama abusos de poder y violencia ejercida por el ejército de Israel desde hace décadas.

¿Qué le pasó a nuestra curiosidad, a nuestra necesidad de ver más allá, de leer libros, de hablar con quienes viven lo que sucede en carne y hueso? ¿Realmente las redes sociales nos han llevado a pensar que tenemos la verdad absoluta, y peor, que una publicación va a cambiar el mundo?

No podemos cometer el mismo error de la ONU. La guerra no tiene reglas, pero de eso se trata; hemos aprendido que está bien quebrar al otro, llevarlo a su lugar más vulnerable en nombre de algo que nos trasciende a nosotros mismos. Hemos aprendido que la guerra es normal, y solo hablamos de ella cuando se convierte en un titular, en una conversación entre influenciadores. Entonces, hablemos de lo tangible, de lo cuantificable, de lo importante. En lo más básico, hablar de la guerra tiene que incluir hablar de cada una de sus víctimas. Si no es así, es superficial. Es ajeno. Es tendencia, efímera.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/salome-beyer/

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