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Agroempresarios y regeneradores

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Desde hace unos años, he sido una abanderara de la agricultura, porque es una de las conversaciones más importantes a nivel global en estos tiempos, porque tratamos del alimento, sustento de la vida, porque impacta la empleabilidad, los derechos humanos, el cambio climático, el uso del agua y del suelo y la conservación de la biodiversidad y los ecosistemas.

Esta semana se celebra el día de la agricultura y la ciudad tiene una agenda activa alrededor del tema. Se pone en escena el cambio climático, Agrotech, la crisis de la inflación en el agro, las certificaciones, la tecnificación del campo, la migración de jóvenes rurales a la ciudad, la mujer en el agro y otros temas de punta en el sector. Estas iniciativas promueven las discusiones más importantes para el futuro de la humanidad, que con las tasas de crecimiento llegará a ser un planeta con una población que alimentar cercana a los diez mil millones.

Parece que hoy el sistema ha fracasado, lo cual se evidencia con las tasas de hambre crecientes y paradójicamente con el incremento de la población obesa. Necesitamos una apuesta seria y contundente, enfocada en el agro para que todos podamos comer, tener un planeta que nos sostenga y un sistema agroalimentario conectado entre sí que no excluya a nadie y en el que todos nos sintamos implicados. Un sistema que se entienda parte del sistema de salud, que se conecte con la academia y que repiense la lógica tradicional del comercio, porque la última (¿o será la primera?) parte de la cadena de valor, que son los agricultores o los trabajadores del campo, pagan muy caro algunos alimentos baratos.

Nuestra salud, nuestros recursos naturales, la biodiversidad y básicamente la vida, dependen de las decisiones que tomemos como consumidores, de las que tomen sobre sostenibilidad las empresas agrícolas, las de alimentos y bebidas, las textiles y todas aquellas que su materia prima la provee la naturaleza, y de las que tomen los gobiernos respecto a incentivos y exigencias para el agro y sobre las acciones serias de infraestructura y sistemas de riego adecuados para que sea posible abordar el tema con eficiencias y resultados responsables.

Y aunque hay una premura por tener más alimentos de manera más eficiente, más precisa, más sostenible y tecnificada, hay que pensar y acometer transiciones justas tanto para los campesinos y las campesinas, como para la agroindustria, y así, sin perder de vista la premura de la crisis climática y alimentaria, la conversación se torne más incluyente y digna, evitando satanizaciones a sectores productivos y reemplazando el parloteo proselitista por la búsqueda conjunta de soluciones.

Celebro que existan dos tendencias que parecen contradecirse pero que convergen en esta conversación: los que promueven una agroindustria tecnificada y más sostenible, y los que nos regresan al origen. Estos últimos nos regalan conceptos como el paso del egocentrismo al ecocentrismo; son los guardianes de semillas y los sembradores de bosques comestibles; quienes conocen las historias detrás de los alimentos y vuelven a poner la hoja de coca como un alimento sagrado; saben la función de cada planta y a todas las llaman medicina; cuidan el agua y protegen el suelo.

Entre estos dos mundos se empieza a tejer una conversación, lenta, con obstáculos que, aunque a veces no concluye, avanza.

Celebro este mes de la agricultura, propicio para que distintas visiones sean capaces de conversar, unas por la vía de la sostenibilidad y sus exigencias y otras por su innata conexión con la tierra, pero ambas convencidas de que la vida y el alimento nos deben mantener unidos.  

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/juana-botero/

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