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Juana Botero

Voto feminista

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Empezaré sin rodeos. Soy feminista y no creo que serlo signifique que el voto en estas elecciones esté definido por algunos de los dos hombres NO deconstruidos -por no decirlo peor- que tienen foto en el tarjetón, acompañado el tentador Voto en Blanco.

Las feministas en esta contienda electoral no tenemos un consenso sobre quien debe ser el siguiente HOMBRE que nos va a gobernar. Es un asunto básico pero importante aclarar: NO hay tal cosa como “la junta directiva de las feministas”. Quienes hablan de que “las feministas” debemos votar de tal o cual manera, incurren en un error de base porque hay feministas, más que feminismo. Es un movimiento, no un partido, aunque haya partidos con feministas o feministas que hayan creado partidos (uno). Cuando mucho hay colectivas, que pueden consensuar posturas, pero nada más. Nadie es la representante del feminismo y quien lo diga habrá cometido la falta más vil del patriarcado, la homogenización.

El feminismo comprende las subjetividades, las posturas diversas que hay dentro de las mujeres. Por ello hay feminismoS, cruzados por asuntos de raza, orientación sexual, cultural, condiciones económicas y también posturas políticas, que solo se mueven en el espectro de la garantía de los derechos de la mujer, pero no por eso deja de ser amplio.

No hay consenso en el movimiento, pero lo que si es cierto es que ninguno de los candidatos representa al feminismo. Estamos ante dos hombres, heterosexuales, adultos, que ejercen el poder de manera patriarcal. La contienda no ha cambiado por siglos, sigue siendo una carrera de machos. Y aunque tengan en sus tarjetones compañía femenina y esto le sea útil al debate feminista, no es claro que sea por nada distinto a la “caza” de votos.

Por esto, las mujeres feministas no tenemos que estar de acuerdo en por quién votar. Pero lo que tal vez si tengamos en común la mayoría, es que hay unas reflexiones del marco de pensamiento feminista, que han acompañado nuestro camino y que tal vez le sean útiles a otros que no sean feministas, pero que también necesiten buscar más argumentos para tomar una decisión.

Y digo marco porque es una forma de estar, sentir y pensarse la existencia, los vínculos, la forma de organizarnos como sociedad. Pero no es un decálogo ideológico ni jamás ha querido ser dogma, justo porque ello es contra lo que nos hemos movilizado.

No hablaré de las diferencias de los candidatos en su postura sobre la mujer, ya que otras lo han hecho ampliamente y es claro que ese paralelo, no nos saca de la encrucijada completamente y por eso toca meterle ingredientes que terminan por ser personales y absurdos, ya que ninguno de los dos señores es precisamente un adalid de la moral ni un aliado del feminismo.

Lo que si puede ayudar es aprender del feminismo que entiende la vida con perspectiva histórica. En el movimiento de mujeres ha sido relevante entender el pasado profundamente para comprender el lugar en el que hoy nos encontramos. Por ello, una feminista es capaz de entender la lucha de antes, aunque hoy no se enuncie desde ella. Honra a las feministas radicales, aunque no lo sea, porque nos trajeron hasta aquí.  También es capaz de comprender la vida más allá de los limitados años que estará viva, por eso no decidimos solo por hoy, ni solo por nosotras, sino por la historia que vendrá y por las historias de otras que no conocemos. Hemos entendido que el cambio es proceso y el proceso tiene en el fondo, el abrazo del TIEMPO.

Este movimiento tiene para enseñar el abrazo a todas las formas de construir, no se ha delegado el cambio a los políticos. En el movimiento sabemos que han sido necesarias todas las formas de lucha: las activistas que se desnudan en la calle, las abogadas que exigen en el litigio o los proyectos de ley nuestros derechos, las madres que han reivindicado su lugar en los hogares, las empresarias que han roto techos de cristal, las que componen arengas, las que llegan desde pequeñas y las que se deconstruyen en su adultez, las que escriben del patriarcado, las que participan en política y las que en silencio llevan el pañuelo violeta.

Las feministas también hemos aprendido a entender que las reflexiones se pasan por el cuerpo y que eso no es algo romántico, sino por el contrario, bastante crudo. Para poder hablar de derechos o de equidad de género, primero se pone al sujeto. Hay que hablar de mí, de ser mujer, de mi propia experiencia. Hay que quitarse la ropa y exponerse a los propios sesgos y darse cuenta de que no es fácil ser feminista porque implica cambiarnos, mudar de piel.

Sería potente en la conversación política, implicarse en ella. Preguntarnos por qué tememos cambiar o por qué seguimos teniendo rabia; trasparentar las razones y no esconderlas en discursos, nos puede acercar mostrar nuestra piel, para comprendernos.

Las feministas hablamos con nuestros contrarios y esto sí que es una lección para esta coyuntura. Hay hombres y mujeres opresoras con las que nos seguimos relacionando, porque, aunque incomodo, solo juntos podemos cambiar los sistemas.

Por último, el feminismo es sobre todo la encarnación de la pregunta, siempre cuestiona todo una y otra vez. Acaba con el tabú de lo que no se puede nombrar. Es la posibilidad de cuestionar lo incuestionable, de nombrar lo silenciado, de revisar las estructuras que creemos ciertas, las personas en las que confiamos ciegamente, los discursos tradicionales, los dogmas de gueto, lo que nos dijeron nuestras familias y amigos. Nadie tiene necesariamente la respuesta, pero todos podemos hacer preguntas.

Todo esto para decir, que el voto feminista es un voto histórico, preguntón, empático, digno, diverso. Y que en estas elecciones no tiene las opciones ideales, pero tiene que estar presente en todas ellas, para aportar y para oponerse.

Celebro que esta vez en medio del debate esté la mujer como nunca en nuestra historia, pero no nos dejemos instrumentalizar ni enceguecer, aún estamos en el patriarcado. Ni la naturaleza ni las mujeres somos la falsa promesa de ningún candidato.

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