Vivir sin miedo no tiene precio. El miedo destruye. A diferencia de la acción violenta, que arrebata al cuerpo, el miedo perfora nuestra sustancia intangible, se agazapa en los intersticios del ser, quebrantando la vida que vive en nosotros. Con la acción violenta el cuerpo se desmiembra o fenece, pero con el miedo el ser humano vive como si ya estuviese muerto. Entonces la cotidianidad se torna sombría, incapaz para el disfrute pleno del trabajo, el ocio o la aventura. Así es como se vive hoy la vida en nuestras grandes ciudades, y en Medellín, cuya historia ha sido signada por la muerte, ya ni miedo tenemos de vivir con miedo. Nos acostumbramos a morir en vida.
El ejercicio pleno de nuestras facultades es en principio una relación de la razón con la vida. Nuestra razón se enfrenta con la realidad para conocerla, aprehenderla, y finalmente reconocerse en ella. Esto implica un temple anímico con algo de sosiego. Pero cuando la emoción patológica inunda nuestro sentido, todo es turbio, ceniciento, y en lugar de accionar con una praxis basada en el principio del bien supremo, nos replegamos y nuestra conducta con el otro se vuelve cada vez más egoísta y agresiva, y nos parecemos entonces a la bestia acorralada que es tanto más peligrosa por cuanto está encadenada. El lazo social termina roto, y en su huida el ser humano se aísla en una soledad que, paradójicamente, es la soledad de las masas posmodernas, una soledad masificada.
Aislado, roto e incapaz de comprender su mundo, el ser humano presa del miedo es fácilmente dominable. Se convierte en un agente sin agencia en el cual los poderes no encuentran resistencia. Su conciencia ha sucumbido en la dialéctica del siervo y el señor. Le gobierna el pillo de la cuadra, el traqueto o el político local. A su vez, busca refugio y redención en las narrativas utopistas que se le ofrecen por todas partes, y cuya función consiste en simplificar la compleja trama de la realidad, personificando un enemigo ficticio sobre el cual sea posible depositar su miedo, transformado ahora en odio y en deseo de venganza contra ese otro que le ha negado la vida.
¿Qué es el miedo, cómo aparece ante nosotros? Cuando las sociedades fracasan, fracasa también el proyecto de ser humano que las sufre. Una sociedad que viola todos los días el pacto elemental de permitir la vida, no logrará tampoco la construcción de otros pactos superiores, como el de la dignidad o la justicia, y ha fracasado en sembrar sus propios cimientos. En esa sociedad fallida, el lenguaje mismo se corrompe. Las palabras pierden su poder evocador, ya no revelan ni construyen, sino que encubren, ocultan, tergiversan. La verdad se convierte en rareza, en un acto desesperado. Decir lo que se piensa, lo que se ve y se siente, es un riesgo, y toma su lugar el silencio sepulcral. Se estrecha entonces el horizonte de sentido de la experiencia humana, quedando reducida a susurros, a simulacros de conversación donde todos hablan sin decir nada. El miedo ha triunfado sobre la vida.
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