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Reino Unido nos va a pedir visa de nuevo. Las noticias lo resumieron en el “abuso” de peticiones de asilo. La explicación la dio el embajador Roy Barreras: “Una minoría de compatriotas, como lo hemos advertido desde hace meses, abusó de la facilidad de viajar sin visa y ha perjudicado a la mayoría con la práctica irregular de solicitar falsos asilos, con documentaciones falsas que han disparado por miles las solicitudes”.
Claro que da putería, porque lo primero que uno piensa es: ahí estamos pintados. Nos dan un poco de libertad y abusamos.
El titular me hizo recordar cuando llegué a mi primer trabajo. Había un recuerdo de muchos: allá en el parqueadero —contaban como en un cuento de hace muchos años, al estilo de todo tiempo pasado fue mejor— había una bomba de gasolina y vos podías echarle gasolina al carro a un muy buen precio y luego te lo descontaban por nómina. Y qué pasó pues, preguntaba uno frente al parqueadero vacío: pues que hubo quienes abusaron del beneficio y lo quitaron. De esos ejemplos había varios: no tener que pasar recibos cuando había un viaje, un restaurante que servía desayuno, pero la gente se quedaba toda la mañana ahí, y pues ajá.
De esas historias todos tenemos muchas: un acto que parece simple, pero que termina un beneficio por el abuso. Porque al final lo hemos aceptado como parte de la cultura pujante, del ser avispados ante todo. Pero, y ahí está el asunto, lo que pasa es que la corrupción empieza en los pequeños actos. Y estamos llenos de pequeños actos de corrupción que se van agrandando hasta llegar a un país a pedir asilo con papeles falsos. El problema incluso es más de fondo: lo difícil que se vuelve para quienes realmente necesitan ese asilo.
Ahora, si bien ese es un tema para reflexionar y cambiar y no subestimar, y que seguramente lo de la visa también tiene que ver con esa “minoría de compatriotas”, es un tema más de fondo. No se debe reducir solo a eso.
Tiene que ver, por supuesto, con las restricciones a la migración en el mundo. El ministro británico Keir Starmer justo dijo esta semana que busca bajar la inmigración significativamente, y estaba en sus propuestas de campaña. El jueves se publicaron datos que mostraron un récord en ese país: la migración neta para los doce meses hasta junio de 2023 fue de 906.000 y se estima 728.000 hasta junio de 2024. En 2019, antes del Brexit y la pandemia, la cifra era de 184.000, lo que muestra un disparo grandísimo. Por supuesto que no es solo de colombianos, valga la aclaración.
La migración es uno de los temas fundamentales de las políticas de los países en este tiempo. Restringir parece ser una de las palabras. En muchas de esas políticas hay racismo y aporofobia y que el migrante es bueno o malo dependiendo de dónde venga y de la plata que tenga. También del que mire. Hay migrantes a quienes se les olvida que lo fueron.
Los ejemplos son muchos. Alemania, por ejemplo. Si bien en su constitución está el derecho al asilo a perseguidos políticos, hoy la posibilidad de recibirlo como colombiano o venezolano, leo en una nota de DW en español, es casi nula. En Europa las condiciones se han endurecido.
En un mundo cada vez más global, las restricciones van en aumento, sobre todo en los gobiernos de ultraderecha, que cada vez se expanden. Porque el mundo que hemos construido es individualista, y miedoso. Ese otro viene por nosotros, es peligroso, cerrá la puerta para que no nos incomode. Para no oírle sus problemas.
Vivimos una contradicción fundamental. Lo recuerda el historiador Yuval Noah Harari en 21 Lecciones para el Siglo XXI: en un mundo cada vez más interconectado, en el que el dinero, las ideas y la información fluyen, seguimos construyendo barreras para las personas. Las fronteras, argumenta, se han vuelto más selectivas que restrictivas, detienen a algunos mientras permiten el paso de otros, creando un sistema global de desigualdad.
El problema no son los inmigrantes, sino su gestión —y claro que también las pocas oportunidades que muchos países ofrecen a sus ciudadanos para no irse, pero ese es otro tema—. Según entidades internacionales como el Fondo Monetario Internacional y la Organización de las Naciones Unidas, la inmigración es buena, entre otras cosas —lo explican muy bien Economía para la pipol— impulsa el crecimiento y desarrollo de los países vía las remesas e impuestos, los migrantes suelen tener nuevas ideas y fomentar la innovación y compensa, con más gente aportando a salud y a pensión, el envejecimiento de la población de los países. La mala gestión tiene que ver en que se ven como una carga para el Estado y no se les incluye en la vida normal y laboral de los países para que aporten a la economía, y entonces no sean esa carga.
Bueno, dirán, es que las cifras están rebosadas: estamos cansados, tantos migrantes. Y sí. Por eso es una crisis. Pero ese es justamente el problema: el mal manejo desde hace tanto tiempo. Que además parece ser mundial.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/monica-quintero/