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Colombia es un país de contrastes es un eslogan manido de campañas públicas de pasión y corazón y suele ser un lugar común de columnistas y comentaristas de todas las escuelas y visiones. Pero hay que decirlo, esa es una característica recurrente, actual y siempre vigente. También es un reto, porque el contraste, cualquiera sea, rompe con el deseo muy humano de la homogeneidad, del orden y de la lógica del conjunto. El contraste significa contradicción, complejidad, desconexión, pero también, en algunos casos, riqueza.

El pasado viernes 30 de agosto desde muy temprano me encontré en mis redes con publicaciones alusivas al Día Internacional de las Víctimas de Desaparición Forzada.  Dice la Comisión de la Verdad en su informe que entre 1985 y 2016 existen alrededor de 121,768 víctimas de este delito pero que, por cuestiones de subregistros, la cifra puede ascender a 210,000. Cualquier cifra en ese rango, cualquier número, para ser justos, es una barbaridad y constituye una verdadera tragedia humanitaria y un desastre social inaceptable. Seres humanos, padres, madres, hijos, hermanos, tíos, esposas, vecinos, amigos que un día se van sin dejar rastro. Personas arrancadas de sus espacios vitales y afectivos dejando preguntas, dolores, llanto, rabia, oscuridad y vacíos imposibles de llenar. Si pensamos que la desaparición afecta no solo a la víctima sino a su núcleo familiar (4 o 5 personas como mínimo) queda claro que el delito realmente tiene cerca de 700,000 víctimas, o dicho de otra manera, el equivalente a la población de Bucaramanga.

Ese mismo día asistí a un almuerzo con el ex gerente general de Pepsi Co. para América Latina y ex presidente del Tecnológico de Monterrey, Salvador Alva. Al evento asistieron cerca de 30 personas entre empresarios, emprendedores, líderes gremiales y académicos. Salvador, a quién ya había escuchado hablando de los retos de la educación superior en el continente, centró su reflexión sobre asuntos de crecimiento económico, competitividad, economía del conocimiento y urbanismo.  Su tesis principal señaló que el crecimiento del PIB de diferentes países en los últimos años se relaciona con el fortalecimiento y la inversión en economías del conocimiento, el apoyo al emprendimiento y la concentración urbana en condiciones de seguridad, sostenibilidad y creatividad. Repasó cifras macroeconómicas y campañas de promoción de Colombia en los últimos 30 años y resaltó el periodo 2002-2010 como el de mayor crecimiento y de mejor posicionamiento. El tono de la charla fue retador y positivo con un mensaje entrelíneas: no es muy útil habitar el pasado, pero solo pensando y trabajando intensamente por moldear y proyectar el futuro se pueden transformar nuestras sociedades. 

Salí del almuerzo y en el pesado tráfico del viernes pensé en las reflexiones de Salvador y en las preguntas de los asistentes. La mayoría, sin duda, imaginando una sociedad que genere desarrollo y mejore las condiciones de los ciudadanos. Pero me fue imposible no conectar el país del almuerzo, lleno de capacidades y oportunidades, con el país de los desaparecidos y del dolor multiplicado que se conmemoraba ese día. Tampoco pude dejar pasar la coincidencia, macabra y compleja, de que precisamente el periodo identificado por Salvador para el mayor crecimiento económico fue el mismo en el que se dieron los dos picos más altos de desapariciones forzadas de nuestra historia.

Aunque no lo parezca, por los énfasis, los discursos y las preguntas, estamos hablando de un mismo país y de una misma población. Los desaparecidos, sus familias y sus comunidades no son el pasado porque siguen aquí en ciudades, pueblos y veredas y porque el delito es continuado, permanente y no prescribe.  No es posible entonces imaginarnos un futuro sin entender, aceptar y enfrentar el daño que nos hemos hecho. Todo esto, obviamente para lograr reparar, restaurar y no repetir. Pero es igualmente cierto que este país necesita visión, inteligencia, estrategia, optimismo y buenos liderazgos para mejorar las condiciones de la mayoría de sus ciudadanos. 

Este no puede ser un contraste al que estemos condenados. Porque hay que decirlo y repetirlo: no puede ser normal que coexistan los niveles de violaciones a los DDHH y la violencia, con el desarrollo económico, la competitividad y las campañas de “Colombia es pasión”.  Una manera de conciliar o reconciliar a esos países que parecen moverse en dimensiones distantes es propiciando que los personajes de uno y otro mundo se encuentren, se reconozcan y conversen. En sociedades tan fragmentadas y fracturadas como las nuestras es necesario propiciar los encuentros improbables. Encuentros de múltiples sectores y personas con historias, intereses, preocupaciones y proyectos distintos, pero que comparten un mismo espacio y tiempo.  Un futuro mejor es un futuro compartido y este solo puede darse desde el reconocimiento y la conversación.

No hay contradicción o incoherencia entre el desarrollo económico y la defensa de una vida digna libre de amenazas y violencia. En el concepto de dignidad caben el empleo de calidad, la competitividad y el respeto por los DDHH.  Hay, no obstante, que salir de los espacios de “expertos”, activistas y profesionales para juntarnos a conversar desde lo más básico, desde lo que compartimos. Allí hay un país posible.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-londono/

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