Versión libre de un sermón

Versión libre de un sermón

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La semana pasada acompañé a mi abuela a la misa en la que se recordó el aniversario de la muerte de su hermano. En la primera lectura escuchamos la historia de Elías quien huía de la reina Jezabel a través del desierto. Agotado le suplicó a Dios que lo dejara morir y se quedó dormido a la sombra de unos arbustos. En dos ocasiones un ángel lo despertó y le ofreció pan y agua asegurándole que ese alimento iba a darle fuerza para completar su travesía. Luego, el evangelio habló de cómo Jesús afirmaba que él era el pan y que quien comiera de él viviría eternamente.

Durante el sermón el sacerdote dijo algo que me llamó la atención: que las religiones de Oriente se conectaban con Dios mediante la respiración mientras que el cristianismo lo hacía a través de la comida. Luego siguió hablando de otras cosas, sin desarrollar esa idea que hoy quiero retomar en esta versión libre de su sermón.

No es “la comida”, es lo que significa el alimento y su conexión con la vida compartida con otros. Ya muchas veces hemos leído que la palabra compañero quiere decir “el que come del mismo pan”. El sustento de la doctrina cristiana, que ocupa un lugar importante en la cultura occidental, es la comunión con el otro. Kristen Ghodsee, en su libro Utopías Cotidianas, habla de los amish y otras comunidades anabaptistas que, basadas en esta comprensión de las enseñanzas de Jesús, promueven formas de vida comunitaria en las que los bienes materiales se comparten y el bienestar se consigue por medio del trabajo y el cuidado colectivo. 

Como una manifestación de la sincronía, encontré en mi feed de Instagram una publicación de Luciano Lutereau que propone una visión más analítica del símbolo del alimento y su lugar en la sociedad contemporánea. Él asegura, y yo estoy de acuerdo, que este es el tiempo del hambre y la ansiedad, del consumo y la voracidad. Señala la diferencia entre comer y devorar como un asunto importante para entender el orígen de los síntomas de una sociedad que parece no saciarse nunca y siempre está en busca de atiborrarse. Ser pan y construir una visión del mundo en la que el alimento sea el centro implica necesariamente pensar de manera crítica el consumo desaforado que hemos normalizado. Distinguir entre comer y tragar y asumir los límites que nos imponen el cuerpo y el tiempo.

Si las religiones orientales promueven la liberación del sufrimiento por la vía de la conexión con el mundo interior y la respiración como vehículo para adentrarse en ese espacio de consciencia en el que sentimos que somos Uno y parte del Todo, el cristianismo marca el camino a través de la vida en comunidad, de la comunión con otros y, sobre todo, del rechazo de la voracidad y, en palabras de Lutereau, de la experiencia tan contemporánea de “llenarnos”. De objetos, de información, de contactos, de dinero. 

A pesar de que proponen caminos diferentes, ambas tradiciones coinciden en el resultado: la consciencia de que no estamos realmente separados y que solo en la medida en que podamos entender la conexión profunda que tenemos con los demás seres que habitan el mundo podremos realizar nuestra naturaleza. 

¿Cuál es el pan que saciará nuestra hambre y nos dará fuerza para salir de este desierto?

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/valeria-mira/

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