Una plegaria contra la resignación

Una plegaria contra la resignación

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La noche en que murió su esposo, la escritora estadounidense Joan Didion insistió en dormir sola en su casa. A pesar de que le había dado la noticia a la familia, y la sabían en el New York Times y en Los Angeles Times, cuenta que, hasta cierto nivel, pensaba que el hecho era reversible. “Necesitaba estar sola para que él (su esposo) pudiera volver”, dice la autora en su libro El año del pensamiento mágico.

No solo en eventos fatales recurrimos a esa estrategia infantil de negación. La última vez que lo hice, fue el 28 de julio, cuando el CNE en Venezuela dio los números del fraude. Antes de dormir, pensé que mañana sería otro día y que alguien iba a hacer algo para que apareciera el resultado verdadero. De niña me pasaba lo mismo cuando Colombia no quedaba entre las diez finalistas en Miss Universo o cuando eliminaban de los mundiales a la Selección.

A riesgo de parecer en el trance del pensamiento mágico, quiero invocar cuatro razones por las que, creo, todavía se puede guardar esperanza con Venezuela, aunque no por mucho tiempo. Digo invocar porque al hacerlo, elevo una plegaria contra la resignación.

La primera: el bloque de países latinoamericanos con gobiernos de izquierda, integrado por Brasil, México, Colombia. Esta coordinación entre cancilleres y presidentes ha logrado mantener una postura firme sobre la necesidad de verificación de los resultados, sin cerrar las puertas del diálogo con Maduro.

Con los malabares de la diplomacia, estos presidentes pudieron expresar su respeto a la soberanía del pueblo, exhortar la resolución de la crisis por las vías institucionales (que las hay), y mandar una señal de confianza, al abstenerse de firmar la resolución de la OEA. Si alguien puede propiciar el inicio de una negociación entre oficialismo y oposición, es ese conjunto de países.

La segunda, Gustavo Petro como personaje. Este es el tipo de gestas para las que está hecho el presidente colombiano: bíblicas, históricas, memorables. Uno puede confiar en que dará todo de sí para tener máximo protagonismo en la resolución de la crisis: no solo por el talante mesiánico de su personalidad, sino porque lo que pasa en Venezuela es casi un asunto interno de Colombia.

Le han llovido críticas a causa del doble rasero que usa para sentar posiciones. Todas sin moderación y a toda velocidad, menos ésta, en la que ha mostrado máxima prudencia y, se diría, astucia. No se puede negar que dentro del trío de gobernantes de izquierda moviendo hilos por la transición democrática, Petro es quien más confianza puede generar. El problema es el tiempo, que juega en contra de todo el mundo, menos de Maduro. En el caso de Petro, si no hay una respuesta pronta y proclive al diálogo de parte del régimen, su iniciativa se verá avinagrada y su tibieza se volverá indefendible.

La tercera, Estados Unidos. Si bien el gobierno de Biden saca cada vez más los dientes en sus declaraciones, y reconoció ganador a Edmundo González. Todavía existe una distancia, aunque pequeña, entre eso y declarar una presidencia interina. Estados Unidos es más relevante en su poder para hacer atractiva la salida del poder de Maduro y su círculo íntimo por la vía de la inmunidad, que en la presión que ejerza mediante el endurecimiento de las sanciones. La esperanza es que así lo vea Kamala y pueda ejercer influencia. El retorno de la democracia a Venezuela sería un factor de disminución de las olas migratorias, tema clave en las elecciones de noviembre en EE.UU.

Pero hay una cuarta razón para tener esperanza, y aquí habla la niña del pensamiento mágico: la justicia aristotélica, aquella que hace que el héroe logre su recompensa por el valor de su gesta; aquella que, por el poder de la narración, se conceda un final feliz al pueblo de Venezuela.

Poesía democrática es lo que ha estado pasando desde el acuerdo de Panamá, donde los 11 partidos de oposición llegaron a acuerdos históricos, que Maduro subestimó. Primero, superaron la narrativa chavista y madurista que los creía incapaces de actuar en bloque. En 2022, no solo se pusieron de acuerdo en que la vía electoral y no la insurrección, era la mejor forma de enfrentar el régimen, sino que optaron por una consulta popular para elegir un candidato único. A esta consulta, inclusive, permitieron inscribirse a candidatos por fuera de esas agrupaciones. Una de ellas, María Corina Machado, quien arrasó en los resultados.

La misma María Corina, cuenta la periodista Luz Meli Reyes, sufrió una transformación ideológica que le permitió conectarse con la gente y la realidad del país. Como no podía montar en avión, recorrió el territorio palmo a palmo, como Chávez en su momento.

La oposición superó cada obstáculo que atravesó el régimen para sabotear las elecciones, hasta que llegó el día. Y ese día 28, el mundo vio la belleza de la participación democrática. Inclusive los militares, encargados de custodiar los puestos de votación, tuvieron la voluntad de respetar la Constitución venezolana. No es otra la razón por la que la oposición tiene hoy más del 80 por ciento de las actas electorales.

Maduro traicionó a su gente, la de abajo, la de la base: en los estamentos de su propia burocracia y en la calle. Los barrios populares, que antes ponían los marchantes chavistas, hoy ponen los muertos y los detenidos; porque la pretendida recuperación económica de Venezuela, dolarizada y con supermercados surtidos ha ahondado las desigualdades sociales. Y arrinconado como está, en el desconocimiento flagrante de sus propias leyes, su régimen no es nada distinto a una dictadura militar.

Y si no tiene más que la fuerza, es poco lo que le queda. Eso, si la gente sigue en la calle y si el paso del tiempo no tiende sobre ella el manto de la resignación.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-montoya/

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