Unos días atrás se viralizó la respuesta de los candidatos y precandidatos presidenciales a la pregunta de un debate sobre la democracia en Colombia. En el colmo de la simpleza o irresponsabilidad, los participantes debían responder, oprimiendo un botón que luego daba paso a una luz verde o roja, si consideraban que vivíamos o no en una democracia.
Más allá de las respuestas de cada uno de ellos, resulta problemático el aparente apetito por las ideas políticas sin matices en el discurso público. Es en partes iguales un vicio que promueven los medios y que alcahuetean los candidatos, pero también, que toleramos los electores. Intentar responder a una pregunta tan compleja con un sí o no, con una paleta, con un botón, subestima profundamente el debate. Los temas importantes casi siempre son complejos y ser justos con esa complejidad suele exigir la posibilidad de la explicación, la ampliación y el reconocimiento de los matices.
Ahora bien ¿cuál podría ser un acercamiento a unas respuestas sobre la naturaleza de la democracia colombiana? ¿Vivimos en una democracia?
La respuesta corta podría ser precisamente algo como “Sí, pero con matices”. Nuestra democracia cumple con algunas condiciones generales, como elecciones libres y periódicas, libertad de prensa, libertad de opinión y competitividad en las decisiones políticas, pero enfrenta grandes problemas. En particular, vinculados a la violencia política y a la corrupción que afecta buena parte de nuestras elecciones y el comportamiento de algunos de nuestros actores políticos. El desinterés en la política y la baja participación también generan problemas sobre la deficiente cultura política y la asimetría de las decisiones públicas.
También podríamos hacer cuatro contribuciones al debate. Primero, que a nivel nacional y reconociendo todos los líos, Colombia es una democracia con problemas, que es un poco lo que reconocen índices internacionales como el famoso Democracy Index de The Economist. Segundo, que las diferencias regionales hacen que en muchos lugares de Colombia la gente no viva en una democracia, sobre todo no una democracia local, una realidad que la ciencia política colombiana ha señalado como los fenómenos de “autoritarismo local”. Pensemos por ejemplo en los problemas de libertad de prensa que se pueden vivir en Caucasia o la complejidad de hablar de libertad de competencia en Arauquita. Tercero, que, si nos comparamos con otros, somos más democráticos de lo que pensamos y mucho menos autoritarios de lo que suponemos, en particular en asuntos procedimentales. Esto parece una maroma argumentativa, pero la comparación es importante porque introduce una conversación sobre grados. Respecto a otros, somos más democráticos que no-democráticos. Y cuarto, que los colombianos contamos con, y valoramos muy positivamente, un acuerdo fundamental sobre ideales democráticos, la Constitución Política de 1991, que introdujo las reglas de juego e instituciones que, en muchos casos, y a pesar de los vaivenes políticos, son salvaguarda de principios de la democracia pluralista como la protección de las minorías o la reivindicación de derechos y libertades sociales.
Por supuesto, y mantenido nuestra costumbre nacional, la evaluación es agridulce. Precisamente sobre esos matices se adelanta el trabajo y hubiera sido importante conocer esos grados y complejidades en las respuestas de los candidatos. De ahí se puede desprender una conversación más sincera, más clara y más constructiva sobre esta democracia con líos, en problemas, un poco “peye”, en riesgo constante, pero no absoluto, en la que votaremos en unos días.