Una biblioteca es una casa

Cuando llegué a esta ciudad del medioeste norteamericano vivía en una caja: era un cuadrado con un baño, dos clósets pequeños, un escritorio entre los dos clósets, una minicocina. Cabía la cama y algo más, pero solo tenía la cama. Por la única ventana se veía un árbol enorme que me gustaba mucho, pero que me quitaba toda la luz. Era oscuro.

Cuando llegué era verano. Si abría la puerta se entraban las moscas, y casi siempre había una que era más rápida que yo. Viví con una mosca por una semana. Conversaba con ella, le escribí un poema. La mosca era callada, solo revoloteaba de vez en cuando, para saludar. Pero había algo en esa casa, un hueco que no se llenaba.

Un día, sin embargo, puse un libro en la biblioteca que había en la pared encima del escritorio y sentí que la cajita estaba completa. No me había dado cuenta, pero había estado trayendo libros de la biblioteca de la universidad y ya tenía los suficientes para que la biblioteca no estuviera vacía. Con ese libro se llenó todo el espacio. Todo. El hueco ese desapareció.

Ya sabía que los libros son compañía. El ejemplo que más repito es el de una noche después de terminar con alguien. Me puse a leer, aunque sería mejor decir, me puse a llorar, 84 Charing Cross Road de Helene Hanff. Cuando lo terminé a las dos de la mañana no estaba menos triste, pero sí menos sola. Es un libro en el que una lectora se escribe cartas con el librero. Acompañarse a través de los libros.

Pero esa sensación de llenar un espacio, de hacerlo acogedor, no la había sentido nunca físicamente. Siempre he tenido una biblioteca en casa, a veces más grande, a veces más pequeña. La primera que fue mía tuvo 20 libros y me sentía orgullosa de que me los hubiera leído todos. Pero entendí con los años que no hay que leerse todos los libros, que acumular es compañía, es creer en el futuro. El término existe en japonés: tsundoku. Comprar libros, acumularlos, no leerlos, tener la intención de hacerlo.

Es pensar que la muerte está muy lejos y uno podrá leerlos algún día. Es tener esperanza. Mi amigo Mario dice que es olvidar que nuestro tiempo es finito.

Siempre he creído que la mejor manera de convertirse en lector es tener libros cerca, que te vean leer. También tener amigos: pensé en vos, léete este libro que te va a gustar. Esa es una manera del amor.

Sin embargo, en estos tiempos leer no es solo tener un libro en las manos. A mí me encanta leer en el Kindle, saber que puedo llevar muchos libros en ese aparato miniatura y leer aunque esté oscuro. Mi biblioteca en esta ciudad del medioeste es todavía pequeña, tiene una hilera de libros míos y otra de la biblioteca. Y ese es un punto importante: aunque es maravilloso tener tus propios libros, las bibliotecas públicas y de las universidades son un mundo gigante a explorar y a aprovechar: te dicen que no hay límites cuando uno quiere leer.

Porque además, por ejemplo, pueden prestarse libros digitales. La Biblioteca Pública Piloto, Comfama y la Biblioteca EPM —y hay más, estas son los que yo uso— tienen un servicio maravilloso con Libby, gratuito: ahí he prestado muchos libros estos días, el catálogo es amplio y aunque leo en el celular, ha sido cómodo. Han sido un gran descubrimiento. Porque una biblioteca es una casa, pero esa casa también se arma en la cabeza: la biblioteca que tengo adentro está desordenada, mezcla personajes, escenarios, historias. A veces creo que es un solo libro lleno de muchos libros. También tiene una mosca con la que converso. Y me hace sentir que no estoy sola, que es una ventana sin horizonte.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/monica-quintero/

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