Un bebé rabioso y triste

Un bebé rabioso y triste

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Y un día cualquiera, después de meses de letargo, el presidente Gustavo Petro despertó y se dio cuenta de que su gobierno no estaba ahí. Así podría empezar esta historia si la vida nacional fuera un cuento de fantasía y el micrófono un objeto mágico.

Sí así fuera, y el nombre de Simón Bolívar funcionara como un conjuro que hiciera aparecer los deseos, esta semana habría terminado y Colombia tendría: acueducto en Quibdó y Santa Marta, un metro subterráneo en Bogotá, trenes y vías férreas conectando todos los puntos cardinales, facultades de inteligencia artificial en las universidades, una autopista entre Antioquia y Chocó, un Palacio de Nariño garciamarquiano y al menos un acuerdo de paz firmado.

Pero no. El golpe de realidad es que el Presidente no ha salido del letargo, su gobierno intenta hacer lo que puede y los ciudadanos no terminamos de procesar tanto asombro.

Lo que sí hubo, y todos vimos, fue una representación ficcional del acto de gobernar, en la que había unos números y unos porcentajes que indicaban el incumplimiento de las carteras de los compromisos adquiridos con el pueblo. Vimos al Presidente representar el papel de gobernante pidiendo cuentas a sus ministros. ¿Qué incumplieron en concreto? Eso no es importante. Los que cumplieron, ¿qué hicieron bien? Nada.

Y en eso consistía el argumento del simulacro: hacer notar que el equipo está gobernando mal, porque gobernar mal es hacerlo sin guardar fidelidad al líder. La operatividad del mandato se hacía funcional de las maneras que se enuncian aquí:

  1. Tener al pueblo en el corazón.
  2. Conocer las ideas de Simón Bolívar: “yo hablo de historia en todos mis discursos y nadie me entiende”.
  3. Decir no al rey: “le digo al rey no y el gobierno se asusta”.
  4. No arrodillarse ante Trump: “el que piense que eso fue un gran error (el trino de marras sobre los inmigrantes) es porque nunca se leyó a Bolívar ni lo entendió ni sabe por qué somos independientes y soberanos ni saben que vencimos al ejército mas poderoso en nuestra tierra”.
  5. No poner primero la mercancía que la vida: —Ministro de Hacienda, usted que estudió en la universidad Economía, ¿le enseñaron algo como valor y precio de la persona?
  6. Entender que Colombia es el corazón del mundo y potencia de la vida:

—Ministra, usted tiene que hacer una estrategia para ver cómo cesa el conflicto entre israelíes y árabes, que ese resuelva lo de Gaza.

A los ministros los vimos tomar nota con risa nerviosa y desconcierto. Ellos saben, como nosotros sabemos, que el consejo de ministros televisado no se trataba de ejecutorias sino de una advertencia mesiánica tipo Útima Cena: “al Presidente no se le hace caso en este gobierno y eso no es sino porque los ministros no creen en su proyecto”.

Y lo que eso deja ver, para desgracia del país en este cuatrienio y de la izquierda en el futuro, es la fragilidad inmensa del gobernante como ser humano. Que los psicólogos hablen, pero al que vimos en el Consejo de Ministros fue a un bebé rabioso y triste. El problema de los adultos-niños no es tanto que hagan berrinche, sino que nada les da miedo. Y a estas alturas poco se les puede enseñar sobre la función protectora de asustarse y medir las consecuencias de los dichos y los actos.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-montoya/

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