Última

Aprendí que lo más difícil de decir adiós no es el instante en el que uno se despide, sino el proceso que lleva a tomar esa decisión.

Al observar la vida en retrospectiva —justo después de despedirnos— entendemos cómo ha pasado el tiempo y reafirmamos lo que ya sabíamos desde mucho antes: esto ya no va conmigo. Hay otros momentos en los que uno sí, definitivamente, tiene que soltar todo el dolor y las emociones en el instante, como cuando un ser querido muere de repente, como cuando a uno lo despiden de un trabajo sin justa causa, como cuando un amigo nos cuenta una noticia terrible o simplemente no vuelve a hablarnos. La vida es una eterna despedida. Es muerte y renacimiento todo el tiempo. Me demoré muchos años en aprenderlo. Qué gran regalo.

Escribo esta columna para despedirme de este magnífico espacio en el que escribí mis reflexiones y pensamientos durante tres años y cinco meses. Es un tiempo impresionante si contara lo que me costó cada frase, cada palabra, cada idea. “Sólo quien ha escrito una frase sabe las horas de lectura y reflexión que hay detrás” escribió un día mi papá.  Al escribir, la vida parece condensarse, pero en últimas, es sólo un intento más de uno querer agarrarla por algún lado y detenerla para creerse inmortal. Una ilusión divina, una forma de esperanza.

Escribir es correr una maratón junto a la muerte. Una carrera imposible de ganar, pero que tiene mucho sentido. Que le da todo el sentido a la existencia.

Escribo esta columna en medio de una mudanza después de vivir siete años en un mismo hogar. El que fue el hogar de mi difunto perro, el hogar donde nació mi hija Agustina, donde me confiné con mi esposo en una pandemia y fuimos felices, el hogar que me enseñó a dónde pertenezco y a dónde siempre quiero volver. Un hogar que ha sido odisea y remanso. El hogar en el que escribí todas las columnas para este medio de opinión. Un hogar es una casa, tres paredes, un cuarto o un punto de encuentro, o uno mismo.

Escribo un día después de celebrar el Día del Libro en medio de mi mayor desapego por estos maravillosos objetos. Decidí donar la totalidad de mi biblioteca a diferentes causas. Me voy ligera, de aquí y de mi antigua casa para una nueva.

Me voy de No Apto como columnista, pero convencida del poder que tienen las palabras y la lengua para unir y crear. Feliz de haber sido parte de una de las pocas o muchas voces que se sigue aterrorizando con el dolor ajeno, y sorprendiendo con lo que parece indiferente. Seguiré siendo parte de las conversaciones porque sé que mi voz es valiosa y potente.

Gracias, Daniel, gracias, Mariana, gracias, Alejandro.

Gracias, No Apto.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/amalia-uribe/

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