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Hace seis meses empezó un cuchicheo, unas voces que se extendían hasta la madrugada. Después llegaron las luces y, finalmente, los inquilinos. En frente de la unidad residencial donde vivo remodelaron la que siempre había sido una casa de oficinas para convertirla en un hotel de lujo. El precio en la plataforma Airbnb está por encima de los 3.000 dólares la semana. La casa promete el mejor confort, chef privado, siete habitaciones, una piscina pequeña tipo jacuzzi, y la “tranquilidad” en medio de la zona más turística de Medellín.
La casa lleva seis meses perturbando la paz de los vecinos con sus fiestas frecuentes hasta altas horas de la noche. El 31 de diciembre, los huéspedes salieron a la calle a tirar pólvora de manera desmedida y hasta peligrosa. A los vecinos de los pisos más altos les estallaron los juegos pirotécnicos en el balcón.
Dicen que una vez se hospedó Zion, el famoso cantante de reggaetón, y los dueños de la casa pidieron disculpas por el ruido excesivo justificándose en que al artista le habían hecho varias atenciones, entre ellas, una serenata de mariachis.
Mi esposo y yo, un poco desesperados, más yo que él, decidimos poner ventanas antruido, un lujo costoso que nunca habíamos necesitado y que, aun así, cuando el volumen es demasiado alto, se escucha un poco.
Medellín es una ciudad fiestera y vibrante, sin embargo, el auge del turismo está siendo problemático para sus residentes. Las grandes ciudades crecen y se desarrollan de cuenta de la llegada de extranjeros y de su inversión. No tengo nada contra los turistas, pero creo que hay que regularlos. Hay que empezar a implementar políticas públicas para que, residentes de la ciudad y sus visitantes, puedan convivir. Todo no puede estar justificado en: la economía, el dinero que mueven los turistas, el “es que aquí no venía nadie”.
Parte de esos visitantes vienen con la mentalidad de que en los países de América Latina no hay normas. En Colombia, particularmente, hay una problemática grave con el mal llamado “turismo sexual” que es en realidad explotación sexual de mujeres jóvenes, incluso de menores de edad. Tenemos el estigma de la droga, como si por ser colombianos, automáticamente nos convirtiéramos en consumidores de cocaína o de marihuana. Los tours que enaltecen al narco tenebroso son famosos y desdibujan por completo la figura del tipo horrible que fue y de sus víctimas. Es hora de cambiar la narrativa. Que la vergüenza cambie de bando.
No quiero sonar anticuada o goda. Quienes me conocen saben que no soy ninguna de las dos, pero sí considero importante que en el país empecemos a tener menos licencias con los extranjeros y asumamos la discusión del asunto con la responsabilidad que merece. Hace unos meses, el presidente Gustavo Petro anunció que les pediría visa a los ciudadanos británicos, como respuesta a la eliminación de la exención de visa a los colombianos por parte del Reino Unido. Si bien su respuesta fue infantil y sobre actuada por el calor del momento, no me parece descabellada la idea. Estoy a favor de la reciprocidad diplomática y de la instauración de medidas para un turismo más consciente. Un turismo que no perturbe la tranquilidad de los que vivimos en Colombia, que promueva lo realmente interesante que tenemos para mostrar como país, que resalte nuestras costumbres y tradiciones, pero no a costa de las necesidades ni del dolor de otros.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/amalia-uribe/