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Donald Trump está convencido de que Canadá debería ser el estado #51. También cree que Estados Unidos debe recuperar el control del Canal de Panamá y, por ahí derecho, adueñarse de Groenlandia. Todas, amenazas directas a países que han sido aliados históricos. Mientras tanto, trata con suavidad a los tiranos.
La situación perfecta para que Trump dijera al mundo que su imposición de aranceles no sería una broma ocurrió cuando al presidente Petro le dio su arrebato de madrugada. Como Petro no quiso recibir a los deportados, Trump anunció una serie de medidas -exageradas- para ahogar la economía colombiana y aumentarnos las restricciones de viaje.
No importó el hecho de ser uno de los aliados más importantes -o el más importante- de Estados Unidos en la región. Trump quería mandar un mensaje, y Petro le puso la oportunidad en bandeja de plata. Pero el primero también demostró su actitud de “bully” que viene a imponer todo lo que él quiera. Una estocada que el débil multilateralismo del momento difícilmente soporte.
Justo antes de imponer aranceles a Canadá y amenazar a aliados de la OTAN, como Dinamarca, Trump envió un negociador a Venezuela, para que Nicolás Maduro liberara a seis presos políticos. Lo más probable es que eso le de aire al régimen autoritario del Palacio de Miraflores, a pesar de que la Casa Blanca indicó que la negociación no implicaba un reconocimiento de Maduro como presidente.
Sin embargo, también renovó las licencias a Chevron para operar junto a PDVSA, la estatal petrolera venezolana. Lo hizo de forma suspensiva; es decir, se hace mensualmente, pero haberlo hecho implica que hubo una negociación seria con Maduro, que no ha habido con ninguno de los aliados.
Le interesa que Maduro reciba a los deportados: por un lado, no tiene en cuenta que muchos de ellos huyeron del régimen venezolano; por otro, envía de vuelta a los miembros del Tren de Aragua, que probablemente sean liberados por Maduro y sus secuaces.
Más allá de sólo deportar, el presidente estadounidense podría entender que presionar a Maduro para que deje el poder probablemente haría que muchos venezolanos volvieran por sí solos. Negociar con él y legitimarlo aumentará el flujo de quienes busquen llegar a los Estados Unidos.
Otros tiranos que están cómodos son los del Kremlin, en Moscú, pues Trump parece estar negociando el fin de su invasión a Ucrania, pero sin incluir a los ucranianos en las conversaciones. A Trump no le importa la lucha ucraniana, y no entiende que la amenaza de Rusia es una amenaza a Occidente, incluido Estados Unidos.
Y, amenazando a sus propios aliados, logrará que los vacíos diplomáticos que deja sean llenados por otras potencias como China y Rusia. Incluso, legitimará el expansionismo por su parte, porque, ¿si puede Estados Unidos, por qué ellos no?
Mientras tanto, ni la ONU ni ninguna organización multilateral parecen tener herramientas suficientes para que los países respondan a un mundo comandado por déspotas, en el que la democracia está en riesgo permanente.
Es también una lección para cada país de mantener sus relaciones diplomáticas con prudencia, pero también de entender que muchas veces, a la hora del juicio, nadie va a venir a salvarnos el pellejo si no lo hacemos nosotros mismos. Cuidar nuestras libertades y nuestras democracias, que podemos perder en cualquier momento, es deber de nosotros como ciudadanos. Porque los líderes como Trump, que hoy abundan, no tienen interés alguno en defender la libertad. Tienen intereses y punto.
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