Las mañanas en Medellín solían iniciar con el pan caliente de dos mil que vendían en cada esquina, acompañado de un tinto de quinientos, y un apuntadito que llevaban los tenderos a los vecinos de confianza que llegaban en algún apretón económico a buscar ayuda. Había lugares para compartir en silencio y dedicarse a la contemplación, lugares para beberse una cerveza entre amigos, ver el partido del equipo favorito, organizaciones vecinales de toda la vida, organizadas para armar la navidad cada diciembre. Hubo alguna vez, hace no muchos años, en la que todavía éramos vecinos.
Hablo en pasado porque ahora somos una cosa reconfigurándose a otro modo de vivir y relacionarse, la gentrificación apareció en el mapa, encareció la vivienda, los servicios, la posibilidad de sostener la calidad de vida actual, y poco a poco fuimos despojados de los vecinos, obligados a irse a otras partes menos costosas (y siempre más alejadas de su trabajo). ¿Será que de verdad estamos entendiendo lo que pasa? Propongo algunas nociones para entenderlo y que vayamos hablando de eso que a la mayoría nos afecta pero que a veces no sabemos nombrar.
La gentrificación es el proceso mediante el cual se revaloriza una zona determinada de una ciudad, a menudo habitada por personas de bajo poder adquisitivo y localización relativamente céntrica, y se substituye a sus habitantes por otros de poder adquisitivo superior. (Ruth Glass, 1964). La gentrificación en Medellín se corresponde con el proceso de turificación y el fenómeno de nómadas digitales (extranjeros que pueden trabajar y optan por radicarse en la ciudad porque les resulta más barato), la demanda de vivienda supera con creces la oferta y para un arrendador es mucho más rentable ofrecer su propiedad en renta corta que bajo la figura tradicional. Con su promesa de riqueza rápida, llenaron los barrios de alojamientos temporales y servicios adaptados a esa población con más capacidad, el café de las miles de doñas convertidos en coworks, los bares de encuentro en pubs, los parches en el estadio en una soccer experience , y los ligares tranquilos en la oferta más vulgar para hacer ruido y ofrecer cuanta cosa sea posible.
Hoy Medellín no es solo una postal para el extranjero que viene a «vivir la experiencia local». También es un territorio donde los locales son expulsados poco a poco hacia las periferias, y quienes están en las periferias sabrá dios dónde están haciendo su desplazamiento.
La cara de este fenómeno: la especulación, las rentas, la pérdida de identidad y el desarraigo.
No es fácil la luchar contra la gentrificación, pues está ligada directamente al capitalismo, sin embargo, es urgente que desde la ciudadanía comencemos a plantearnos una agenda para afrontarlo. Primero, hay que reconocer el problema. Dejar de disfrazarlo de progreso. Cada vez que un edificio entero se convierte en apartamentos de Airbnb, un barrio pierde su esencia.
Segundo, hay que exigir que la agenda pública en Medellín contenga prioritariamente este tema y se establezcan restricciones al mercado inmobiliario y se apueste más hacia el acceso a vivienda para los locales. Tercero, hay que organizarse.
Desde los barrios, desde las juntas de acción comunal, desde los colectivos urbanos. Exigir espacios habitables, no vitrinas para el turismo. Defender el derecho a la ciudad, a habitar dignamente, a vivir sin miedo al desalojo y sin la incertidumbre del no tener mañana con qué comprar.
Defendamos Medellín.
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