“Dios mío ¿qué hemos hecho?” se le escuchó decir al capitán Robert A. Lewis, mientras el avión bombardero marca Boeing en el que viajaba se alejaba a toda velocidad de los cielos de Hiroshima, la ciudad japonesa que, segundos después de ese lamento, recibiría el impacto del primer y único ataque nuclear que se ha hecho contra un país y que convirtió a ese centro urbano en un infierno en la tierra, pues la zona de impactó llegó a alcanzar una temperatura superior a un millón de grados centígrados, aniquilando a más de 90.000 seres humanos en menos de un segundo, quienes no se enteraron si quiera que habían muerto, pues se convirtieron en ceniza o en la misma nada. Un artefacto de tan solo tres metros de longitud redujo a escombros al 60% de una ciudad, en un tiempo infinitamente menor al que a le tomó a usted leer este párrafo.
Lo bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki –la segunda bomba fue lanzada solo 3 días después de la primera–, que exterminaron entre 110.000 y 210.000 personas, además de millones de seres vivos –aves, mascotas, árboles, microrganismos y un largo etcétera– cambiaron el panorama del mundo, y en especial de las guerras, para siempre. La lógica del presidente de Estados Unidos de ese entonces, el demócrata Harry S. Truman, quien autorizó el lanzamiento de las bombas, así como la de los militares y científicos que participaron en estos proyectos, entre ellos Robert Oppenheimer y John Von Neumann, era: causar un daño efectivo, inducir el mayor impacto sicológico sobre Japón y generar espectacularidad sobre el uso de esta arma, de modo que fuera reconocida internacionalmente en términos publicitarios, lo que explica que existan fotos y videos de la explosión. El trasfondo, que ha marcado la política nuclear de Estados Unidos desde la década de 1950, consistía en generar un efecto de disuasión para evitar que, en el futuro, se produzca una guerra de esta naturaleza.
Por estos días estoy leyendo el libro ‘Guerra nuclear: un escenario’, de la periodista Annie Jacobsen. De ahí el contexto anterior. No obstante, el libro de Jacobsen propone un escenario donde una persona, así como lo hizo William Sterling Parsons el 6 de agosto de 1945, decide accionar el ‘botón’ que activa un misil balístico intercontinental. Como en Colombia vivimos otro tipo de problemas, no solemos pensar mucho en estas situaciones, razón por la cual habrá quien interprete esta columna más como un tema de ciencia ficción que de realidad, pero para poner un ejemplo de lo tangible que podría llegar a ser, en el año 2022 el presidente Biden advirtió que “la perspectiva de un apocalipsis [nuclear] se halla de nuevo en un aterrador punto álgido”, refiriéndose a la preocupación que le generaba las amenazas de Vladimir Putin sobre el posible uso de armas nucleares.
La vida de gran parte de la humanidad –por ser optimista– depende de la cordura de pocas personas en distintas latitudes, una teoría de juegos al mejor estilo de la película ‘Batman, El Caballero de la Noche’, dirigida por Christopher Nolan. Necesitamos que esa cordura impere, pues es difícil llegar a un punto en el que los países decidan eliminar por completo el armamento nuclear.
Si nos fuéramos al mundo de las hipótesis, tirar una bomba nuclear en el año 2025 podría suponer el fin de la humanidad por varias razones: primero, a diferencia de 1945, cuando solo había un par de bombas, hoy 9 países concentran miles de armas nucleares listas para ser accionadas; segundo, ningún país lanzaría solo una bomba nuclear; tercero, la velocidad a la que escalaría una guerra nuclear llevaría a que, en minutos, el holocausto nuclear sea tan masivo que haya cobrado la vida de miles de millones de personas; y cuarto, los desastres ambientales probablemente crearían lo que Carl Sagan y Brian Toon denominaron ‘invierno nuclear’, esto es, producto del humo y hollín que quedarían en el ambiente por amplios periodos de tiempo, se impediría la entrada de la luz solar, matando la poca vida restante que quede habitando el planeta. Por eso, como lo advirtieron Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov “No habrá vencedor en una guerra nuclear, por eso no deberá ocurrir nunca”.
Honestamente, por más escandalosos que sean varios de los mandatarios actuales, creo que son conscientes de que una guerra nuclear dejaría solo perdedores, comenzando por quien la inicia, un pésimo incentivo desde donde quiera que se le mire.
Con todo esto, no creo que alguien considere tirar una bomba nuclear.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/andres-jimenez/