Ya en una columna pasada hablé de lo mal que salieron las cosas en la coalición Centro Esperanza en 2022. El fracaso del centro político trascendió lo electoral y, en muchos sentidos, representó también un fracaso personal para muchos de quienes integraron ese bloque. En el proceso no solo se perdió la vocación de poder y la identidad política —como algunos mencionan hoy—; el bien más valioso que allí se destruyó fue la amistad y la camaradería entre personas tan valiosas para la política en Colombia que, juntas, no solo son capaces de trabajar con eficiencia y transparencia, sino de elevar la dignidad de lo público a una altura que este país pocas veces ha visto.
A Alejandro Gaviria y Sergio Fajardo los unía más que la coincidencia en un momento álgido de coyuntura política. Los unían muchas cosas, varias historias: una misma ciudad, una misma universidad, ideas liberales compartidas, formas de hacer políticas similares, una inteligencia arrolladora y una capacidad técnica admirable. También los unía Juan Felipe, el padre de Alejandro, en quien Sergio confió para tomar las riendas de EPM durante su alcaldía. En fin, una estrecha amistad que se cultivó durante casi treinta años.
Todo eso, por dolores y razones esgrimidas desde ambos lados —razones válidas en igual proporción—, se rompió. Pasaron tres años hasta que, esta semana, en Bogotá, ambos pudieron sentarse nuevamente a conversar.
El contenido de esa conversación les pertenece solo a ellos. Lo que allí se habló, discutió o reparó forma parte de su esfera privada. Si van o no a trabajar juntos, eso lo dirán el tiempo y las circunstancias. No obstante, me alegra —por ellos y por Colombia— que dos personas extraordinarias, a quienes admiro y aprecio, hayan podido reencontrarse y retomar canales de diálogo fluidos y efectivos.
En un país tan atomizado, fragmentado y beligerante, donde prevalecen el bullicio, el insulto y la calumnia, es saludable que dos de sus líderes más importantes puedan hablar con tranquilidad y respeto. Al centro político, que ideológicamente propende por los valores liberales y republicanos, no le queda bien proyectarse como un espacio fracturado, gobernado por los egos y generador de rencillas personales.
Esta conversación entre ambos líderes es una muestra de madurez política y sensatez. Independientemente del lugar al que cada uno aspire, ambos son figuras valiosas, con el talante necesario para cohesionar a distintos actores y visiones de país, justo en un momento crítico en términos de finanzas públicas, seguridad, salud y erosión democrática.
Colombia necesita menos divisiones y más conversaciones sensatas y coherentes. Que el diálogo entre Gaviria y Fajardo sea un punto de partida, no un punto final. En 2026, a Colombia la cuidamos todos juntos.
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