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Mario Duque

¿Te sientes con suerte, punk?

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Hay gente, me late, que les gustaría ser como Harry Callahan. O desean sentirse como él, por lo menos. Quisieran llevar en una sobaquera, pongamos, una Smith & Wesson cargada con cartuchos .44 Magnum y quizá, si la “fortuna” juega a su favor, poderle soltar a alguien —a cualquiera, al que nos le guste o al que le dé motivos por absurdos que estos sean— la línea esa que popularizó al personaje: ¿Te sientes con suerte, punk?

Hay gente aquí —en este pedazo de tierra llamado Colombia— con ganas de que les digan que será legal eso que ahora hacen a escondidas: andar armados. Hay gente aquí que cree que la solución para zanjar los problemas es desenfundar y poner un dedo en el gatillo, y si no basta con la demostración de fuerza, pues el paso siguiente es halar de él: ¡pum! O ¡bang!, mejor, que es menos obsoleto como me enseñó el Felipe de Mafalda.

Hay quienes parafrasean al general George Armstrong Custer: “El único indio bueno es el indio muerto”, pero cambian el sujeto según sus propias fobias o prejuicios. Y aunque parece que la frase es de otro, al final no importa, a Custer también le gustaba solucionar los asuntos con el diferente de una sola forma, disparando. ¡Bang!

Yo, que los he leído celebrando el asesinato, que he visto en sus redes sociales las flojas defensas sobre el porte de armas, que los he escuchado valorando el peso de dos vidas con un fiel distorsionado, no me sorprendo, pero no deja de parecerme un absurdo.

Porque además, insisten. Lo dicen en el Congreso y en chats de whatsapp. Hubo uno que gritó hace unos años, iracundo y salido de sí, aquel profético “plomo es lo que viene”. Y otro escribe ahora, sin ningún pudor —y ojalá carezca del sentido de augur de aquel otro energúmeno—,  “plomo es lo que les debería llover”. Aunque para ser sincero, hace años que no escampa la plomacera.

Pero es que además, armas nos sobran. En 2020 la Fundación Ideas para la Paz publicó un informe sobre su porte y tenencia. Para 2017 había más de 700.000 armas legales en posesión de particulares y más de cuatro millones en manos de ilegales. Aquí pues, no falta a quienes les gusta sazonar con pólvora sus días. 

Pero la cuestión es a quién se le ocurre que esta sociedad —que tan dispuesta ha estado desde siempre a dispararse los unos a los otros, que este país donde nunca nos han faltado guerras civiles— necesita más gente en armas. La pregunta es retórica, es claro quiénes andan, legislatura tras legislatura, proponiendo el mismo proyecto de ley.

Voy escribiendo esto y me acuerdo de un fragmento de una canción de Pala: “…este lazarillo que te alumbra con cerillos sobre el polvorín…”, porque está visto que están empeñados en apagar el incendio con gasolina y se me hace difícil creer que ignoran el riesgo. Pensarán ellos que tal vez la llamarada juega a su favor, pero soy incapaz de seguirles la línea de razonamiento que los lleva a esa conclusión. Me asusta, en cambio, porque han demostrado que ven enemigos en todos lados, que les nubla la vista sus prejuicios, que confunden peluches con brujería, que los habita el espíritu de Torquemada.

Les interesa armarse ellos y los suyos —la gente de bien, se sabe— y puede  que pongan sobre la mesa el manido argumento de la “autodefensa”. Pero es fácil, lo comprobamos a punta de masacres, que se pase de allí al amedrentamiento para acallar las voces que los cuestionan o contradicen o estorban, y luego se va un paso más allá. Al final, como lo canta Residente, la ecuación les sale simple: “Es lógico, no se puede hablar con un difunto”.

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