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Escribo. Para salvarme, para sentirme vivo. El cuaderno o la pantalla se vuelve un órgano más. El sonido de las teclas se mezcla con las pulsaciones. Agitadas. Soy las letras que conforman las palabras que lees. ¿Gracias? Las elegí al azar para dejarme llevar y lograr respirar. Pero después las intenté revisar para el juicio evitar. Perdón, pero tengo ansiedad. ¿Que si ya me hice examinar? El diagnóstico es inconcluso. Como el resultado final de esta columna semanal. De todas formas,

Escribo. Para no llorar. Intentar aliviar el dolor que me recuerda lo frágil que soy. Transformarlo en letras que casi nunca tienen sentido. En su momento lo hacen y me desconectan de mi fragilidad, para adentrarme en el universo irreal del papel o la pantalla del celular. Pero qué más da. El dolor regresará y las páginas se borrarán con las lágrimas que caerán. Al final, mi mamá llamará a preguntar: ¿cómo estás? Pero tranquila mamá que, a veces, simplemente,

Escribo. Para dormirme, pues la oscuridad me persigue y me aleja del descanso. Tomo el lapicero. A veces azul a veces negro. Y me pongo a inventar qué cosas contar. Intento reflexionar, para cerrar con un no sé o simplemente ignorar; no sé filosofar. Cuento que la clase estuvo aburrida, el almuerzo igual y la noche regresa entre la luz del nochero y una página vacía. Es culpa de la monotonía, diría Shakira. Pero yo no canto, sino que,

Escribo. Para criticar. Para imaginar discursos que lo cambian todo; realidades diferentes: un árbol en una cancha de fútbol, un cementerio sin desaparecidos, una universidad sin tener que memorizar. ¡No tiene sentido!, dirán quienes insultan sin mi cara mirar. Esos me dan igual, pues solo mi oreja enrojecerán. En todo caso, en el fondo, voces silenciosas se identifican. En el pasillo, por WhatsApp o con un like. Eso inspira a continuar. No escribo en el anonimato. Prefiero mi nombre utilizar. Las palabras no me asustan más. Aunque a veces,

Escribo. Para salir de eso. Palabras sin más. Un correo formal, otro que da igual. Un escrito de la universidad que por encima el profesor leerá, mientras que a todos en clase nos dirá: ¡ustedes ya no leen! Un mensaje de cumpleaños por WhatsApp, otro solo para saludar y alguno para resolver un asunto laboral. Al final, la memoria se llena en el celular. Hay palabras por borrar. Y todo esto, una máquina lo puede recrear, así insistan en evaluar nuestra inteligencia artificial. Pero la computadora jamás sabrá aquello que queremos recordar, que nos hace vibrar, reír o llorar. Por eso,

Escribo. Para no olvidar. Porque espantos nos rodean y no me quiero asustar, cuando más tarde se aparezcan. Como las plantas y los árboles que, día y noche, esquivamos para llegar. Pero se van. ¿Será que algún día volverán? Preguntan las mamás. Pues intentan recordar los pájaros que solían cantar. Antes de que los gallinazos llegaran a devorar lo que nos quedaba de humanidad. Y es que parece que olvidamos que venimos del pecado original, que comienza con la pérdida de la biodiversidad. ¿Dónde estarán?,

Escribo. Para preguntar o, quizás, preguntarme. No para resolver o profesar. No para entender, pues hace rato me cansé de la verdad. No pregunto para que me vean o me escuchen. A veces intento narrar lo que en el ruido de la ciudad todos parecen ocultar. Pero lo dejo pasar. ¿Quién soy yo para descifrar lo que se esconde detrás de una lágrima, una sonrisa o una mirada? ¡Chismoso! Lo inefable no se puede explicar, para qué bregar. “Voh’ déjate llear”, pienso al redactar. Eso sí, no escribo para rimar. Solo que hoy, la melodía intenta mi taquicardia,

Aliviar.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/martin-posada/

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