Entendiendo la juventud como una etapa llena de cambios de conducta, de atracción al riesgo, de falta de reflexión en la toma de decisiones y de impulsividad, me atrevo a hacer un símil, que aunque exagerado, prueba un punto. Las decisiones de alzarse en armas o de dejar todo tirado para fundar una startup pueden ser explicadas por aquello que es propio de esta etapa evolutiva: ser increíblemente creativos y altruistas.
Sí, altruismo. Aunque evidentemente este propósito luego fue desviado, Simón Trinidad, quiso acabar con las desigualdades sociales; y Jorge Cuarenta, con la guerra de guerrillas. También creatividad: las formas de violencia originadas en Colombia tanto por guerrilleros como por paramilitares son tremendamente innovadoras. ¿Qué habría pasado si se hubiera canalizado correctamente la determinación, la concentración, el dinamismo, y la colaboración de estos dos hombres en su juventud?
No estoy en ningún momento justificando en nombre del “bien” ni la acción ni los hechos cometidos. Porque, citando a Alonso Sánchez Baute “es que este mundo está lleno de gente buena que hace cosas malas justificadas en el bien”. Mi punto es que en otros contextos, en donde la guerra se suele librar en el mercado y no en el monte, estos personajes tal vez hubieran sido los Simón Borrero de su época.
No se me ocurre mejores adjetivos para describir a Simón Trinidad y a Jorge Cuarenta que las características claves de un founder exitoso: estar dispuesto a empezar de cero, liderazgo, flexibilidad, conocer fortalezas y debilidades del equipo, saber delegar, ser un referente motivacional y la más importante: saber afrontar la incertidumbre.
Aunque a veces se argumenta que los jóvenes no tienen las herramientas ni la madurez necesarias para asumir los desafíos y amenazas que trae emprender, me inclino (por experiencia propia) por pensar que el ímpetu de la juventud bien encaminado y un fracaso temprano, no trae sino beneficios.
Esta columna es una defensa del talento joven, lo que parece ser un suministro de energía ilimitado, las experiencias de riesgo como la búsqueda de sensaciones, emociones fuertes y novedades no son conductas disfuncionales, ni mucho menos patológicas, sino todo lo contrario: bien encaminadas pueden ser conductas positivas capaces de crear lo inimaginable.