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Daniel Yepes Naranjo

Soy Daniel y tengo un problema

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Hay una imagen repetida en las películas: una ronda de personas sentadas en sillas de metal, en un cuarto un poco oscuro, alumbrado por una luz tenue. Sólo una de ellas carga una libreta de apuntes y un lápiz. Los demás, nerviosos, se miran entre sí esperando su turno para decir “Soy fulano de tal y soy alcohólico” para que, paso seguido, los demás respondan con “Hola, fulano de tal”.

Pues bien, soy Daniel Yepes Naranjo y tengo un problema. No soy alcohólico, como los de las escenas de las películas, pero he sufrido de otro asunto también muy dañino para mí y para mi entorno: he sido violento en las redes sociales, he participado de las hordas digitales que pisotean personas y dignidades sin mirar atrás, mi soberbia y arrogancia han sido base para negar buenos argumentos del otro lado y he descartado escuchar a alguien sólo por su color político. Así, he contribuido a que pasen muchas cosas en mi país.

La desconfianza entre nosotros ha permitido el miedo, y el miedo, la violencia. Si las personas no se sienten valoradas y tranquilas a la hora de exponer una idea, creerán que, precisamente ésta, la violencia, será el recurso, tal vez el único, para hacerse sentir. De alguna forma yo he ayudado a que esta interpretación cale.

¿Soy violento “por naturaleza”? No, puedo decirlo con seguridad. Crecí en un ambiente sano, con las dificultades normales de muchas familias, pero respetuoso. Nunca fui agredido ni física ni psicológicamente por lo que hiciera o pensara; por eso veo con terror que en las redes yo sea -haya sido, porque este escrito quiero verlo como un nuevo comienzo- alguien tan diferente a quien soy en realidad.

En las redes he mentido e insultado. Me he atrincherado, casi literalmente, detrás de una pantalla para herir personas, tanto políticos como actores, periodistas, amigos de verdad, conocidos de redes, desconocidos totales…algo ridículo y triste. He sido parte de la cámara de eco que reproduce verdades a medias, fake news, descontextualizaciones, noticias mediocres, jueguitos arrogantes de inquisición (siempre hay un trino) y todo un número de formas de negación del debate inteligente, democrático y pacífico.

Claro, me siento mal. Pero me sentiría peor si, llegando a este punto de consciencia, siguiera haciendo lo mismo. Las personas cambian o, por lo menos, cambian los avatar tristes y mediocres en los que nos convertimos a veces, negadores de lo valiosos que podemos ser en la realidad.

Entonces, consciente de esto, renuncio. No a las redes, no a opinar, no a escribir. No borraré los trinos de los que me avergüenzo y que me recordarán, cuando los vea por ahí o alguien me los saque en cara, que sí, que ese era yo, que dije eso, pero que ya no soy así. Renuncio a la violencia, a la mentira y a la división que he ayudado a causar.

Esto que digo no tiene la intención de trazar una línea ética entre el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto, lo angelical y lo diabólico. Ya traté de hacerlo en redes y, además de que no tiene sentido, el ejercicio salió muy mal. Sólo quiero hacerme un llamado a mí mismo a jugar un papel contrario al que he jugado hasta ahora, uno que escuche, debata con inteligencia y tranquilidad, abrace la diferencia y ayude a unir a Colombia.

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