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Soy una fiel creyente de que los números son importantes. Nos permiten medir cómo se encuentra nuestra realidad, ver de manera cuantificada y, en algunos casos, finita, algo tan extenso como nuestra existencia en la humanidad. Sin embargo, a veces también nos pueden cegar.
Los números tienen la capacidad de hacernos fríos, insensibles, lógicos, incapaces de sentir con nuestra humanidad las realidades que, por momentos, solo de manera vivencial podemos identificar.
El día a día trae cientos de cálculos, y somos expertos en saturar la realidad de cifras. Diariamente, el precio del dólar es noticia, al igual que la cantidad de muertos o accidentes, el número de personas desempleadas o el ingreso que recibe una persona. Estos son solo algunos de los muchos números que escuchamos. Pero, a pesar de su capacidad para cuantificar el estado de algo, en ocasiones los números nos impiden ver la dimensión real de nuestros problemas o el costo de nuestras decisiones.
La tasa de desempleo de junio de este año aumentó respecto a la de junio del año pasado. Era 0.9 puntos porcentuales más baja que este año. Sin embargo, podríamos estar tentados a decir: “no es tan grave”, “ha estado peor”, “igual está estable”. Pero, ¿qué significa realmente una tasa de desempleo de este número? ¿Qué significa que este año haya más personas desempleadas que el año pasado?
La realidad detrás de estas cifras es más compleja. Una economía desacelerada y situaciones laborales difíciles nos impiden mejorar las condiciones laborales actuales, donde hemos empeorado casi un punto porcentual, con respecto al año pasado. Este número demuestra un entorno hostil tanto para el empleador como para el empleado, con dificultades profundamente agudas no solo para obtener condiciones dignas de trabajo, sino también para hacer empresa y emplear en el país.
De los 25.5 millones de colombianos que a junio de este año forman parte de la fuerza de trabajo disponible, 2.6 millones están desempleados. Podríamos decir que es poco en comparación con el total que podría estar empleado, pero ¿quiénes son estas personas desempleadas? ¿Cómo son sus condiciones de vida? ¿Con qué están sobreviviendo durante este tiempo? ¿Por qué, si expresan su deseo de estar empleados, no pueden obtener un trabajo? ¿Tienen la capacidad de sostenerse sin un empleo formal? ¿O están siendo afectados por la vulnerabilidad de no poder satisfacer sus necesidades básicas y las de sus familias?
Existe una brecha en el mercado laboral: más oferta de trabajo que demanda. Eso es lo que significa la tasa de desempleo. Esa cifra que escuchamos cada mes nos dice entre líneas que hay un 10,3% de colombianos que desean trabajar, pero que aún no consiguen un empleo, ya sea porque no cuentan con las condiciones para obtenerlo o porque su nivel educativo no se lo permite. Lo desean y, lo más probable, lo necesitan.
¿Qué vamos a hacer con ellos? El impacto del desempleo en su vida, en sus familias y en la sociedad en general es inmenso. La precariedad laboral y la inseguridad económica afectan su salud mental, su estabilidad y su futuro. Es fácil perder de vista la humanidad detrás de los números, pero estas personas son mucho más que una estadística. Son seres humanos con historias, luchas y sueños que están siendo desafiados por una realidad que no pueden controlar.
Al final, la tasa de desempleo no es solo un indicador económico; es un reflejo de las fallas estructurales de nuestro sistema. Nos corresponde a todos, como sociedad, no solo mirar los números, sino actuar para cambiar la historia que estos números están contando. Porque detrás de cada cifra hay una persona que merece ser vista, escuchada y apoyada. Ellos, al igual que nosotros, son más que números.
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