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Sobre la libertad, la virtud y otras supersticiones

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El liberalismo, como su nombre lo indica, está basado en la libertad y el individualismo, que es diferente al egoísmo. En esta columna me centraré en lo primero, la libertad e ideas afines.

Cada vez hay más estudios que demuestran que la libertad es casi un mito. Manuel Martin-Loeches Garrido en https://ethic.es/2023/11/el-cerebro-humano-no-busca-la-verdad-una-explicacion-cientifica-a-por-que-mentimos/?s=08 cita los estudios del neurólogo Benjamin Libet en los 70 y concluye que lo que llamamos libre albedrío no era como lo habíamos pintado, o, en palabras del propio Libet: “las razones para hacer lo que hacemos las encontramos a posteriori; es decir, justificamos nuestros actos una vez realizados”.

El historiador Yuval Noah Harari, al igual que muchos otros estudiosos, científicos y filósofos de estos temas, son más categóricos con este asunto. Están convencidos que más del 99% de nuestra decisiones, gustos, deseos o intereses no las tomamos nosotros, sino que nos eligen a nosotros, gracias, básicamente, a determinismos biológicos, culturales y hasta del azar.

Una postura similar tiene el connotado científico, médico y neurofisiólogo colombiano Rodolfo Llinás, que en su libro de divulgación El cerebro y el mito del yo procura demostrar, entre otras cosas, que el cerebro es más predictivo que reactivo, es decir, que ordena los actos antes de procesar los estímulos, lo cual es consistente con la idea de Libet, antes citada.

Personalmente, y siendo medio ignorante en el tema, pero un observador permanente de la conducta humana, empezando por la mía, he llegado a una conclusión afín: los grados de libertad del ser humano son ínfimos, comparados con los que creemos tener; al tiempo, sin embargo, considero que son muchos en relación con los que tenemos capacidad de manejar y asumir.

Manejar, porque muchas veces actuamos y decidimos de forma contraria a lo que pensamos, deseamos y nos interesa. Entre pensamiento y acción hay frecuentemente abismos generados por muchos factores determinantes, entre los cuales destaco la voluntad, que nos permite ordenar y decidir nuestra propia conducta. La incoherencia es más frecuente, de lejos, que la coherencia, y no porque lo queramos así, sino porque la voluntad nos juega malas pasadas.

Y asumir, porque, como sabemos, la libertad es el lado de una moneda que tiene por el anverso la responsabilidad, y se responde no solo por lo que decidimos, sin por lo que dejamos de decidir o hacer. Elegir se nos vuelve un mundo, porque queremos la decisión óptima, con cero pérdidas y renuncias, y eso es imposible. Más aún, a veces queremos decidir o elegir en reversa, por ejemplo, nos quisiéramos descasar, si es que estamos casados, en vez de aceptar que solo nos podemos separar: quisiéramos borrar las decisiones pasadas de un plumazo.

Ahora, si nuestra libertad se expresa en las elecciones que tomamos, sean decisiones o acciones, a través de ella se demuestra nuestra inteligencia, que etimológicamente viene del verbo intellegere, que significa “elegir entre”. Libertad e inteligencia están pues intrínsicamente ligadas. A su vez, el uso acertado de la libertad, esto es, elegir la mejor opción, es lo que da cuenta de nuestra virtud. Sin libertad, sin poder decidir, no habría virtud, que, llegados a este punto, seria otro mito o superstición.   

Según el diccionario de la RAE en su segunda acepción, una superstición es una “Fe desmedida o valoración excesiva respecto de algo”, que, por demás, suele ser contraria a la razón. Fe en la verdad, en la razón, en la inteligencia, en la verdad y en la virtud. No digo que esto no existen, pero viene en dosis muy mínimas. 

Como todo discurso, este también es autojustificador: en mi caso, creo tener mínima libertad y escasa virtud. Pero también lo es el de los que creen, sienten o gozan de mucha libertad, en relación con los demás. Seguramente dirán que los poco libres son porque quieren o porque toman decisiones equivocadas, similar a los que creen que los pobres carecen de recursos básicamente porque quieren y no porque, principalmente, tuvieron unas condiciones muy limitadas para generar riqueza material.  

La trampa de la libertad, como otras trampas, es que los que tienen o creen tener mucha no entienden el porqué otros tienen tan poca A los que se ufanan de su libertad y de sus virtudes, la ciencia cada vez más les demuestra que si son así no es porque hayan elegido la libertad, sino porque, ante todo, fue la libertad, herencia, cultura y azar mediante, la que los eligió a ellos. De ser como la mayoría de neurocientíficos modernos afirma, habría que revisar no solo el ideal de libertad, sino los mismos cimientos del proyecto liberal. Mientras tanto, sigamos jugando al libre albedrío y aprovechando todo resquicio para el ejercicio virtuoso de la libertad.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/pablo-munera/

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