Si Hitler tuviera Twitter

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Recuerdo que Musk, en ese extraño capítulo de la historia que llevó a su compra de Twitter, mencionaba que la red social era fundamental para la humanidad porque actuaba como la plaza de pueblo global[1]. De todas las estupideces que dice ha dicho –hoy le gusta tirarse, a esa misma plaza, varias cada hora–, esta metáfora, más que algo de razón, tiene algo de realidad.

Hoy los gobiernos, las compañías y los famosos usan esos posts singulares como punto de bienvenida a decisiones importantes, anuncios faranduleros, productos nuevos y hasta resultados de elecciones. Twitter es hoy, como lo puso Musk, la plaza para los anuncios mundiales.

A esta plaza nunca le cae la noche. Nunca le caen lluvias torrenciales. Nunca se sabe cuándo está llena o vacía. Parece estar siempre abierta y poblada. Esta nueva plaza no obliga a que los anuncios sean planeados y pensados. A ninguno que se pare frente al micrófono en el balcón del edificio más alto de la plaza le toca ver cómo, a la hora en que se convoca, llegan los oídos a escuchar atentamente lo que va a decir. La plaza hoy es invisible, aunque ahí están los oídos –hoy los ojos–, turnándose las sillas ilimitadas, nunca perdiéndose de los discursos.

Esta nueva plaza, aunque permite comentarios directos del público, es mucho menos tenaz. Los abucheos se pueden suprimir. Los halagos se pueden fabricar en las bodegas adyacentes. Los líderes pueden, bajo el hechizo de un temible impulso, socorrer a la plaza para desahogarse ante todo el pueblo. Los anuncios, las palabras, la pesadez de tomar el micrófono en la plaza pública han desaparecido. Los reemplaza un botón azul.

Me he preguntado, muchas veces, ¿cómo usaría Hitler Twitter?, ¿qué pasaría si en la Segunda Guerra Mundial Churchill –que no dudo hubiera sido un excelso twittero– hubiese podido difundirle ímpetu a la población inglesa al algoritmo? De esa época recordamos los discursos eternos, planeados, revisados, corregidos, premeditados, que todavía resuenan en los corredores de la historia. El público nunca tuvo acceso –me imagino– a los impulsos peligrosos de Hitler en las vísperas de la caída de su régimen. Tampoco vimos jamás los anuncios de Truman, que había decidido dejar caer las bombas sobre Japón. No lo encontramos en nuestro feed, como sí vimos los vídeos que montó Trump esta misma semana de los bombardeos que ordenó contra líderes de ISIS en Somalia.

Es una plaza del pueblo que hoy en día se confunde a veces con un flujo constante de la conciencia –muy innecesaria– de nuestros líderes. Los anuncios ya no son monumentales ni planeados, por mucho que los equipos de relación pública traten de controlar los pulgares de Petro, Trump o Musk. La oratoria ha perdido su majestad por la inflación en las intervenciones que sufrimos de nuestros líderes. No basta escucharlos a esa hora que avisaron en la radio; hay que encontrarnos con sus verborreas en cada pausa por dopamina que nos conduce al celular.

No dudo que ni Hitler, ni Churchill, ni Roosevelt (quizás el que menos hubiera twiteado) se hubiesen contenido ante el poder de acceder a la plaza pública, a difundir los mensajes a sus pueblos constantemente como si fuese otro frente en la guerra. Lo que sí sé es que, en total, ideas famosas como las del “keep calm and carry on” se hubieran olvidado en el procesamiento del algoritmo. Que el llamado al totaler Krieg de Goebbels hubiera sido probablemente un tweet que citaba un mapa de la guerra publicado por los aliados. Que el llamado a pelear por Inglaterra en las playas hubiera sido acompañado por una foto mal editada que sufriría, quizás, de muchos likes pero pocos retweets.

Al final, la plaza digital sigue ahí, sin noche ni silencio, pero nosotros debemos elegir cómo usarla. Podríamos buscar que nuestros líderes opten por la profundidad y la mesura que antes otorgaban los largos discursos. No conformarnos con retuits que festejan impulsos de medianoche.


[1] Después Musk dijo que Twitter era la “amalgamación de la consciencia de la humanidad”. Simplemente para recordarles que el hombre más rico del mundo es un tarado.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-felipe-gaviria/

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