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Para escuchar leyendo: Antioqueña, Pelón Santamarta
Es una frase de cajón, la usan como muletilla para criticar cualquier desacierto de los que nacimos en esta región. Hace muchos años que me vengo preguntando sobre ella, y ahora, quiero compartir con ustedes algunas anotaciones frente a una de las expresiones que más molestia me genera: soy paisa pero no ejerzo.
Me molesta, sobre todo, porque no he entendido nunca bien a qué se refieren cuando hablan de no ejercer. Es más, no sé a ciencia cierta si los que la enarbolan con orgullo saben qué no ejercen y por qué eso es ser paisa.
¿Será que ser paisa es ser de un conservadurismo extremo? ¿Será que ser paisa es ser homófobo? ¿Será que ser paisa es ser intolerante? Yo estoy plenamente convencido de lo contrario. Ser paisa es ser parte de una cultura de ambivalencias, que lleva consigo desafortunados errores históricos, pero también un espíritu de rebeldía, que se ha enfrentado a sí misma para construir hitos de libertad, de genialidad, de poesía, hitos de inspiración.
Es que ser paisa encierra en sí la defensa a ultranza de la tradición, el miedo al cambio, el recelo al distinto; pero encierra también un espíritu altanero, desafiante, capaz de rebelarse ante los propios cánones que se erige para conservar el status quo. Porque la paisanada está tan presente en Jorge Robledo Ortiz como en Fernando González, tan presente está en Luz Castro de Gutiérrez como en María Cano. Cada uno de los hitos, de los proceres, de los líderes que ha dado esta tierra, han sido producto también del paisanaje.
Yo, que vibro con el tiple, que recito a Gutiérrez González y le rezó, como él, a la Segunda Trinidad Bendita (mazamorra, frijol y arepa), que lloro con un bambuco y sueño con cantarle a una hija Antioqueñita, reconozco también que esta es una tierra fértil para el sectarismo, para la intolerancia y para el fanatismo. Y claro, cuando las montañas encierran lo más natural es que esos sentimientos afloren, pero el espíritu paisa ha creado también las condiciones de posibilidad que han permitido que construyamos puentes hacia ese mundo externo que a veces nos asusta. La mula, el avión, la ingeniería, la poesía, la música; los paisas nos hemos dado maña para conectarnos con lo que hay detrás de las cordilleras.
Es que ser paisa es eso, es tener una urgencia de salir a conocer y triunfar en cada rincón del mundo, pero a la vez guardar un afán por volver a casa y no irnos de ella. Nos retrata, a la perfección, aquel verso de María Elena Walsh, porque me duele si me quedo, pero me muero si me voy.
Yo no reniego de ser paisa, al contrario, lo agradezco. Ser paisa, como cualquier otra cultura del mundo, es una amalgama de virtudes, debilidades, incapacidades e inspiraciones. Cómo podría renegar de la cultura que hizo posible José María Villa, a Débora Arango, a Porfirio Barba Jacob, a los Vieco, a los trovadores, a Carlos Gaviria Díaz, a Javiera Londoño, a Diego Calle, a León de Greiff, a Francisco Antonio Cano, a tantos y tantos ejemplos de una cultura que duele e inspira.
Creo, no sin pasión, que en realidad ser paisa es aprender a vivir con la ambivalencia de la herencia y sacar lo mejor de sí para bregar a cambiar el mundo, aunque sea uno que no salga de las montañas. Soy paisa, y eso es lo que ejerzo.
¡Ánimo!
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-henao-castro/