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Cuando se puso en auge la película Barbie, no me generó ningún interés verla. A diferencia con otras mujeres que narraban múltiples historias de su infancia con ella, mi acercamiento con Barbie fue casi nulo en mis primeros años. Nunca recibí como regalo por parte de mis padres una muñeca de este tipo, tampoco nunca la pedí, así que no fue una frustración no tenerla.
Mi infancia estuvo atravesada por otros símbolos: la calle, las piedras para jugar Yeimy, el balón, la bicicleta y otros juegos; recuerdo que nunca me gustó jugar con muñecas y mucho menos con las cocinas, me resultaban poco atractivas. Mi acercamiento fue con mis primas y mis amiguitas del barrio. Recuerdo que una de ellas tenía colgada en su pared cada una de las barbies que llegaban a su árbol de navidad en diciembre. También, otra de las vecinas, tenía la casa rosa y muchos otros accesorios; cuando nos invitaba a jugar, mi fascinación era la casa, pero bueno, para quienes me conocen, saben que las casas son muy importantes para mí.
Por ende, tengo que confesar que esta columna sólo se remitirá a las sensaciones generadas por la película como mujer millenial; son sólo mis reflexiones luego de estar frente a una pantalla con mucho color rosa, que, por cierto, tampoco es un color que me guste. Decidí verla porque me parecían muy interesante las posturas críticas a favor, en contra y matizadas frente a ella.
Lo primero que tengo para decir es que fue muy incómodo verla; al inicio, me parecía absurdo su relato, me confrontaba estar viendo la idealización del mundo blanco burgués sin problemas, que reduce todo a casas, coches, vestuario de lujo, celulitis y un círculo social extremadamente limitado. Si bien en el transcurso de la película se intenta ubicar reflexiones profundas sobre algunos aspectos, mi principal sensación es que era reduccionista de la cuestión del patriarcado, promovía el consumo y era muy cliché.
Además, sentí que la marca creadora de Barbie quería lavarse las manos luego de haber construido una visión estereotípica y homogénea del ser mujer. Fue chistoso ver la angustia de Barbie cuando se dio cuenta de que no salvó a nadie, que no le cambió la vida a muchas mujeres, como ella esperaba. Este complejo blanco de creer que siempre salvan a alguien, de creer que otro los necesita y que su estilo de vida le sirve alguien más… ¡qué cansancio!
Me pareció interesante la figura de Ken: un hombre que se cuestiona, que sufre por no tener la aprobación de otros ojos, inseguro, emocionalmente inestable y carente de reconocimiento; además, lograr esa visión del patriarcado en los planos íntimos y afectivos tan contundentes, plasmar cómo podemos girar en torno a la aprobación y el amor de alguien como una dependencia afectiva que no permite ver quienes somos en realidad, es atrayente; pero también cliché y es heterónorma.
Es igual de problemático mostrar que el patriarcado sólo lo reproducen los hombres, que su opositor es un mundo gobernado por mujeres, con noche de chicas, colores de chicas, deseos de chicas, pues minimiza los efectos de un sistema de opresión de género, que afecta a todos, todas y todes, en diferente índole; además, eliminar una perspectiva intersectorial, donde no existen otras problemáticas como el capitalismo, sólo da cuenta que dichos sistemas están cooptando los discursos feministas y los están volviendo sólo material de consumo. (Ya lo sabíamos, pero acá está de frente)
Quisiera aclarar que el mensaje sobre la importancia de sincerar nuestras emociones, de poder buscar el deseo en la vida, nombrar que todas las personas puedan ser lo que deseen, ¡no es feminismo, es el discurso del capitalismo!; con ello, nos refuerzan la lógica del consumo, del individualismo y una búsqueda personal carente de sentidos profundos y colectivos. Esto de reducir la vida a roles que se ocupan, bienes que se adquieren y círculos sociales que se profesan, es demasiado blanco burgués.
Esta postura que cree que el patriarcado sólo se acaba con seguridad mental, emocional y un círculo de apoyo para tramitarlo es peligrosa, porque este sistema es mucho más hondo y no se acaba así. Lo siento, pero no.
Cuestionar el patriarcado, sin cuestionar el capitalismo, el racismo y, en general, los mecanismos de opresión es una visión limitada de posturas blancas feministas pop, que quieren ciertos lugares, tener mayor dinero para su consumo y aparecer en la foto, pero no transformar las reglas y los mandatos hegemónicos.
Sin embargo, me pareció interesante que existan películas de nivel internacional, que apelen al uso de palabras como el feminismo y el patriarcado, y con ello, poder burlarnos de la masculinidad y la feminidad hegemónica.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/luisa-garcia/