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La estación ferrocarril del bosque no era la misma. Por fuera se veía derruida, desgastada, atacada con furia. Por dentro había mensajes, trazos y dibujos que reflejaban no solo una indignación por lo ocurrido, sino también una esperanza simbólica para aquellos expulsados de otros espacios.
Estaba allí en lo que para ellos era su nuevo hogar, su espacio seguro, su comunidad de vínculo y, para algunos, incluso su familia. Estaba en la Biblioteca Popular Betsabé Espinal. Chicha me mostraba con emoción los colores y formas que daban vida a los murales que reflejaban lo que sentían por dentro. Me contaba además lo feliz que se sentía de que en ese espacio iban a poder tener clases de graffiti para los jóvenes que querían aprender a dibujar. En sus ojos no veía maldad, no veía a un violento destructor como intentaron muchas veces mostrarnos a los jóvenes de Primera Línea; veía a un soñador que solo quería que su vida y la de los suyos fuera diferente.
Ese mismo día conocí a Cape y a Santi, con los que luego no solo construiría una amistad, sino también una complicidad de causas y principios que nos llevarían a espacios de encuentro con la palabra, la pola y la reflexión profunda. Cape, con uno de sus lentes rotos, recibía quejas, ideas, preocupaciones y abrazos de decenas de jóvenes que iban llegando a la Biblioteca. Me contaba todo lo que habían tenido que pasar después del Estallido Social y la ilusión que ahora les representaba ese espacio. Santi, al igual que Chicha, empezó a mostrarme sus dibujos y mencionarme de memoria nombres de graffiteros que admiraba, muchos de ellos mis amigos.
También conocí a Fer, quien estaba al frente de recoger las cosas para la olla comunitaria de ese día. Le decía a uno de los chicos que fuera a pedir agua a la bomba de Moravia, a otro lo ponía a recoger monedas y unos cuantos billetes de 2.000 para comprar algo de revuelto.
Mientras hablaba con ellas, el Anti se me acercó. Con fuerte voz y mirada altiva y desafiante me preguntó de frente: “Cucho, ¿usted qué quiere de nosotros?, ¿qué viene a prometernos?”. Mi respuesta fue simple: “Nada”. Venía de una institución que representaba al sector empresarial, pero no hablaba por ningún empresario, solo venía a escucharles, a parchar, a construir confianza y a darles las gracias por decidir pasar de la confrontación en las calles durante el Paro Nacional a convertirse en gestores culturales de una biblioteca popular y en cuidadores de sus parceros, esos a los que después de la euforia de las marchas ya nadie recordaba y vanagloriaba.
Anti comenzó a contarme la historia de su vida. Llevaba tres noches durmiendo en la calle porque lo habían sacado de la casa, pero estaba feliz porque le iban a dar una beca para estudiar seguridad informática y con eso podía luego sacar a su hija recién nacida adelante. Para él, lo más importante era que todos esos parceros que estaban cayendo a la Biblioteca tuvieran una oportunidad en la vida, tuvieran un espacio para ellos. Esos loquitos que en medio del descontrol y el abandono, estaban llenos de talento y capacidades.
Me encontraba con las historias de todo en lo que hemos fracasado como sociedad con estos jóvenes. Abuso sexual, abuso policial, violencia doméstica, carencia económica, exclusión social, discriminación. Sin duda alguna, gracias a ellos comprendí que los jóvenes que hicieron parte de las Primeras Líneas no eran unos vándalos ideologizados al servicio de Petro y la guerrilla, sino que eran jóvenes que encontraron en ese espacio un lugar en el mundo, un lugar para la dignidad, incluso un lugar para comer la única comida del día como era por ejemplo la olla comunitaria de los miércoles.
Después de meses de conversaciones, de acuerdos y desacuerdos, el alcalde Federico Gutiérrez tomó la decisión de convertir la antigua estación del bosque en un Buen Comienzo y sala de lectura para los niños del norte y no legitimar la apropiación que habían hecho los jóvenes de las otroras Primeras Líneas que soñaban con convertir este espacio en un lugar para su encuentro y formación.
Dice el alcalde que la zona norte necesita este espacio, tal vez no le han dicho que ya el Jardín Botánico cuenta con una preciosa sala de lectura, tres veces más grande y acogedora que esta pequeña estación. Y también dice el alcalde que no hay que premiar a quienes incendiaron ese lugar, dándoselo en comodato a los violentos de Primera Línea, pues tal vez no le han dicho que los que llenaron ese lugar de fuego y destrucción no son los mismos que intentan hacer de éste un espacio diferente, y que para estos jóvenes la época de la confrontación violenta ya pasó, no la quieren repetir, les hizo mucho daño. Hoy sueñan con dignidad para sus vidas.
Creo que se equivoca el alcalde al cerrar los canales de diálogo con estos jóvenes. Creo que se equivoca el alcalde al usar a los niños y a Buen Comienzo como un escudo sagrado para este espacio. Creo que se equivoca el alcalde al simplificar esta discusión como un castigo a los violentos de la Primera Línea, sin comprender todas las historias que hay detrás. Y no se equivoquen si es que al leerme piensan que soy un defensor de lo que la izquierda ha llamado la “Acción Directa” como un ejercicio legítimo dentro de la protesta social. No creo en ello, no pienso que haya violencia buena, incluso a estos mismos jóvenes les he dado talleres de No Violencia para mostrarles que hay otras formas de visibilizar y atacar las injusticias.
En lo que no nos podemos volver a equivocar como ciudad y como instituciones es en volver a condenar al ostracismo y la persecución a los que piensan diferente. Que el unanimismo que hoy se respira en Medellín después de la aplastante derrota a Quintero, no nos lleve a instalar una única visión del mundo donde se divide de manera muy conveniente e ideológica a los malos y a los buenos, como si todos no tuviéramos luz y oscuridad en nuestras almas.
A Santiago Silva, secretario de cultura; Ricardo Jaramillo, secretario de juventud; y a Manuel Villa, secretario de seguridad, les pido que no cometamos el error que dijeron no cometer, que Fico prometió no cometer cuando lo entrevistamos en No Apto para Fanáticos, el cual era tener criterios políticos para asignar comodatos y bienes inmuebles del municipio a organizaciones y colectivos. Estamos a tiempo de repensar una propuesta que incluya a estos jóvenes y les dé dignidad en un espacio que sienten de ellos.
A David Escobar, director de Comfama; a Maria Bibiana Botero, presidenta de Proantioquia; a John Jairo Arboleda, rector de la U de A; a Sandra Zapata, directora de Ratón de Biblioteca y a muchos más empresarios, académicos y organizaciones de la ciudad, les pido que rodeemos y acompañemos este proceso. No es un sector ideológico el que está reclamando un espacio, son jóvenes de carne y hueso que merecen encontrar un lugar en el mundo y que se les reconozca en su dignidad.
Si queremos unidad como ciudad, necesitamos gestos que lo demuestren. Si realmente nos interesa lo que pasa con el último de la fila, con aquel que ha sido excluido y perseguido por toda nuestra violencia directa y estructural, construir colectivamente con estos jóvenes la Biblioteca Popular Betsabé Espinal sería una muestra real de ello.
Nuestra grandeza no está en unirnos para ganarle el pulso a un presidente con el que no estamos de acuerdo. Nuestra grandeza está en pensar, crear y hacer con aquellos con los que no estamos de acuerdo. Como diría Séneca, ahí es donde reside la clemencia en la magnanimidad.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/wilmar-andres-martinez-valencia/