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Retos del oriente antioqueño (Parte II)

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Esta es la segunda parte de una columna que publiqué hace quince días. En la primera dejé claro que me refería a los retos del oriente cercano y turístico. En la anterior abordé tres y hoy enuncio otros seis. Seguramente son muchos más, pero trato los más apremiantes. 

Recapitulo los tres abordados en la primera entrega: 1) comprender las causas que han generado los problemas de seguridad, movilidad y medio ambiente en el Valle de Aburrá para que ni se repitan ni se amplifiquen en esta región; con los propios es suficiente y hay que prevenirlos o combatirlos de forma creativa y pertinente; 2) enseñarle a llegar a los advenedizos a la región y a recibir a los nativos, so pena de promover exclusiones de todo tipo, que son el germen de casi todos los conflictos sociales; y 3) construir modelos de desarrollo sostenibles, autónomos e incluyentes, que nos identifiquen y en los que quedamos todos, en vez de estar replicando los de otras partes, que han fomentado la exclusión y acentuado el problema climático y ambiental. Continúo con los seis de hoy.

  • Saber crecer. Este reto tiene una estrecha relación con el de los modelos de desarrollo. Aunque crecer le genera ansiedad y frustración a muchas personas, el anhelo de crecimiento o mejoramiento indefinido es inherente a cada individuo, empresa y sociedad.  No le faltaba razón a Lacan cuando planteaba que el deseo nunca se colma. Siendo así, la opción es saber desear, para el caso, saber crecer. Como normalmente el crecimiento se relaciona con valores cuantitativos, hay que empezar por entender que, salvo excepciones, casi todo incremento notable en cantidad genera pérdidas inexorables en calidad. Más casi nunca es, a la vez, mejor.

Poner límites a nuestros apetitos, voracidad y ánimos de grandeza pone a prueba nuestro carácter, talento y talante. No poner freno a estos instintos es el motivo de quiebra de varias empresas y el germen de muchos conflictos sociales. Cuando nos percatamos del desborde, ya no es posible cerrar la llave de la gota que rebosa el vaso. Dado que casi todos los programas de gobierno y planes de desarrollo prometen crecimiento en sus líneas e indicadores, especialmente en los económicos, de infraestructura y afines, valdría la pena revisar este aspecto de la condición humana y de los sistemas sociales para darles su justas proporción.  

  • Planeación urbana y territorial. Es un apéndice, ya más concreto, del punto anterior. Su parte más tangible tiene relación con las obras de infraestructura, que son indispensable. Su componente esencial es o debe ser la cultura, como punto de partida de los planes de ordenamiento territorial (POT) o de instrumentos homólogos de planeación. Si interpretan bien la cultura, serán un facilitador de la convivencia y del desarrollo sostenible, de lo contrario, serán fuente de malestar y conflicto. Nuestra fascinación por el cemento, termina subordinando y violentando la cultura so pretexto de un desarrollismo material, que suele ir en contravía de la convivencia ciudadana.
  • La integración regional. La pujanza, el liderazgo y la capacidad emprendedora de los orientales es una virtud innegable y tiene muchas luces, pero también algunas sombras, que se han reflejado en las instituciones. La competencia entre los municipios por el liderazgo regional hace cada más difícil la construcción de una visión compartida y de proyectos colectivos que son indispensables para solucionar problema comunes o afines como la misma inseguridad, la movilidad, el crecimiento, la planeación y el medio ambiente, entre otros. El desgaste no solo es político, sino también económico, por la duplicidad de funciones y procesos en los cuales la cooperación es clave para lograr eficiencias. De paso, se van desgastando todos y minando la confianza en las instituciones de alcance regional, las cuales terminan matriculadas con una u otra administración, corriente política o intereses más particulares que colectivos.
  • La inclusión de “el otro oriente”. Al inicio de la parte I de esta columna, decía que me refería a los retos del oriente cercano, conformado básicamente por los nueve municipios del Altiplano, además de El Peñol y Guatapé, por ser los más atractivos desde el punto de vista político, económico y turístico. Pero el desarrollo de estos once municipios debe ir acompasado del progreso, a su medida, de los otros doce de la región, especialmente los de Páramos y Bosques, que revisten especial importancia desde el punto de vista medioambiental. Como en otras regiones, en oriente hay municipios o territorios que están uno o dos siglos atrás en cuestiones convencionales de desarrollo (vías, tecnología, comunicaciones, etc.). No sé cuál está en mejor escenario, lo que sí tengo claro es que los municipios que están a la vanguardia deben planearse y gestionarse en relación con aquellos que están en otro momento y articularse, respetando las culturas particulares y las capacidades de todos, en aras de una región más incluyente.
  • Turismo sostenible y responsable. Los atractivos turísticos de la región saltan a la vista de Colombia y del mundo. Sin embargo, la región no está preparada para ello. Somos mucho más reactivos que proactivos a las demandas de los turistas. Se necesitan más proyectos de envergadura y más cooperación interinstitucional para llevarlos a cabo. Esto, no obstante, es una carencia mal que bien reconocida: obvia. Me inquietan más dos temas: 1) que el desarrollo turístico no sea consulto con la sostenibilidad ambiental y nuestras reservas ecológicas terminen a la merced de (algunas) demandas insensatas del turismo (turistas y operadores); y 2) que nos hagamos los de la vista gorda con el turismo narcosexual, muchas veces con menores, que, como en el Vallé del Aburrá, crece de manera preocupante en el oriente cercano. No podemos dejar que algunas zonas de la región se conviertan en uno de los burdeles preferidos del planeta.
  • Superar el esnobismo institucional. Algunas de nuestras instituciones, autoridades y dirigentes están convencidas de que lo que ha sido bueno en Medellín y sus alrededores es bueno para el Oriente antioqueño, y, más inquietante todavía, que lo que no ha servido allá, lo debemos reciclar aquí. Posiblemente porque algunos se suben o quieren subir con su cuadrilla, como los toreros. Bienvenidas todas las buenas prácticas que sean copiables o adaptables y todos los dirigentes que sean competentes y respetuosos del acervo cultural de Oriente. Pero también hay que mirar los talentos y las prácticas exitosas de la región, porque ni todo lo que sube es bueno, o, ni aun siendo bueno, es extrapolable aquí. No se trata de xenofobia, pero veo con preocupación cómo varios de los principales cargos de la región están quedando en manos de personas no tan competentes de afuera, y muchos de los principales proyectos públicos y privados se los dan en ejecución a entidades de Medellín y su área metropolitana, solo por eso, porque vienen de allá. Sin chovinismo, hay que valorar más las instituciones y el talento local, sin resistirse al que llega para aportar.

Estos retos no están priorizados ni en orden. No es fácil acotarlos porque se retroalimentan entre sí. Es una visión entre muchas, pero sirve para promover conversaciones en torno a ellos y más ahora que se avecinan elecciones regionales.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/pablo-munera/

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