Han sido tiempos difíciles. Pandemia, encierro, descontento, movilizaciones, tensiones y polarización política. Los últimos dos años se han convertido en punto de encuentro de crisis viejas, recientes y urgentes; coincidencia desafortunada de deudas históricas, peleas coyunturales y el azar. Ha sido agotador y muchas cosas se han roto en el camino. Los ciudadanos parecen abrumados y las conversaciones públicas reflejan cansancio y hastío –aunque por aquí y allá se asome un tris de ilusión- respecto a nuestra capacidad social y política de superar esta situación.

Hay varias cosas rotas. La relación entre políticos y ciudadanos, entre democracia y resolución de problemas colectivos, entre expectativas y realidades de las decisiones públicas y las movilizaciones sociales. En la última década, el apoyo a la democracia en Colombia pasó del 60% al 43%, según el latinobarómetro. Asimismo, la satisfacción con el sistema democrático bajó del 39% al 18% en el mismo periodo. Destilando de todo esto la confianza interpersonal e institucional ha estado en bajos históricos incluso para Colombia, como evidencian el mismo latinobarómetro, pero también la Encuesta Mundial de Valores de 2020 y algunas encuestas de opinión nacionales.

La crisis es nacional, pero también local. Muchas ciudades del país atraviesan por momentos complejos en los que los lazos que reúnen su sociabilidad se han reventado, o en el mejor de los casos, están sujetos a una tensión insoportable. La ruptura parece inevitable.

Así las cosas, en los próximos años vamos a necesitar mucho liderazgo para reparar. Liderazgo paciente, tranquilo, un poco aburrido incluso, pero absolutamente necesario. Reparar es una de las mayores responsabilidades, así esté alejada de los atractivos del efectismo, para el cambio social. Y en particular, puede resultar fundamental para superar momentos de grandes tensiones sociales o de crisis profundas.

Reparar supone la siempre compleja tarea de recuperar un sistema intentando mantener las piezas que todavía sirven, teniendo la firmeza de descartar las que estorban, y la audacia de introducir algunos pedazos nuevos que sean necesarios. La mayoría del buen liderazgo es moderado, pero en el caso de las necesidades exigidas por una agenda de reparación es condición fundamental. Los extremos no suelen ser buenos equilibristas y volver a armar un entramado de gobernanza requiere más tacto y buen olfato político, que rigidez y dogmatismo.

Este liderazgo necesario incluye, pero supera a los políticos. Líderes sociales, académicos, empresariales, comunitarios y de opinión harían mucho bien a la reconfiguración de nuestros sistemas políticos y sociales centrados en la necesaria reparación. En promover agendas y acciones públicas que reúnan, fomenten el encuentro y la conversación, mejoren los mecanismos de resolución de conflictos y abran espacios de escucha y abordaje de problemas de manera efectiva. Parecen lugares comunes, pero en la efectividad probada es inevitable algo de obviedad.

¡Qué algunas piezas vuelvan a sus lugares! ¡Qué se introduzcan algunas nuevas y otras se descarten! ¡Qué de todo esto tan complejo que nos pasó salga algo un poco mejor!

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