Nadie quiere recibir refugiados. Nadie está feliz de acoger un éxodo. Todos se sienten amenazados por la llegada repentina de masas de personas que lo acaban de perder todo. Entonces, ¿por qué recibir refugiados?
Cuando se trata de refugiados, y peor aún, de una cultura muy diferente a la del país de acogida, estamos en el mundo de las opciones que van de lo malo a lo peor.
La peor opción es dejar a los recién llegados marginados, o cerrar las fronteras para que lleguen a donde mejor puedan (casi siempre siguen llegando, pero con más dolor en su periplo), lo que resulta en la formación de guetos habitados por parias legales y económicos. Estas condiciones son caldo de cultivo para la explotación humana, donde los vacíos de autoridad dan pie a la aparición de coyotes (mafias de cruces fronterizos), proxenetismo, esclavitud o arreglos laborales violatorios de la dignidad humana (¿qué posibilidad de denuncia tiene un extranjero sin papeles y miembro de una minoría desfavorecida y discriminada hasta por los mismos organismos de autoridad?).
En Colombia esta historia no nos es ajena. Durante la guerra en la época de La Violencia, la composición demográfica del país se invirtió, y de ser un pueblo tres cuartas partes rural pasó a tener tres cuartas partes viviendo en las ciudades. La velocidad con la que se produjo el fenómeno resultó en las grandes masas de desfavorecidos y marginados, cuya lealtad terminó siendo comprada por los carteles al final de la década de los 70 y principios de los 80. La falta de oportunidades hace que los desheredados vendan la fuerza de sus brazos al mejor postor, y en Colombia ese papel correspondió a los narcos.
Aquí está entonces el principal motivo (ignoremos que la dignidad humana existe) para la acogida e integración de las poblaciones desplazadas en una crisis humanitaria: salvaguardar la paz social. Es ampliamente sabido por científicos sociales que la desigualdad es nociva para la convivencia, y nada hace aumentar más la desigualdad que el arribo de multitudes que no tienen nada.
Argumentos económicos abundan: los refugiados son un capital humano que el país de acogida nunca pidió, ni deseó, pero que igual recibe. Para maximizar la productividad y las capacidad de esas personas para contribuir al crecimiento, hay que formarlos, y sí, es cierto, esto implica gastar. No en vano, la llegada masiva de migrantes demanda esfuerzos financieros para la integración, pero en el largo plazo los beneficios para la economía son positivos. Más aún, si comparamos con la alternativa de no integrar y no formar la mano de obra recién llegada, los beneficios son todavía mayores: la inversión en integración permite a las sociedades materializar las oportunidades al tiempo que minimizan los costos de acoger un éxodo.
La vía de la integración es la correcta, independiente del nivel de ingreso y de desarrollo de los países. También podemos desechar las hipótesis de “el gran remplazo” (toma del poder por parte de un grupo a través de una mayor tasa de fecundidad, afirmación que no cuenta con ningún sustento empírico), o de amenaza a la identidad cultural: ni el idioma, ni la religión del país de acogida se ven amenazados, mucho menos los escalafones superiores del poder. Basta dar una mirada a los criterios de la UNESCO para ver si una lengua está amenazada y darse cuenta de que ninguno de los países europeos o del medio oriente que han recibido refugiados ve la prevalencia de su lengua amenazada. Al contrario: en la aplicación Duolingo, la lengua más aprendida en Suecia es el sueco, una situación inusual en la aplicación, y también para esa lengua, que no despierta mayor interés en sus vecinos europeos, pero que por causa de la tragedia en Siria y Afganistán, terminó valorizándose de una forma inusitada; en el mundo que los antiglobalistas anunciaban la muerte de las lenguas nacionales bajo la dominación del inglés, los refugiados aprenden sueco y alemán, haciendo a un lado la lengua de Estados Unidos y Reino Unido.
Los éxodos seguirán desestabilizando la política mundial. La llegada de alrededor de un millón de refugiados en 2015 desató en Europa la mayor ola de xenofobia y populismo racista que haya visto el continente en décadas, y partidos como Vox en España, o Front National en Francia, seguirán explotando la pseudociencia de las crisis humanitarias, al tiempo que le niegan a los refugiados una segunda oportunidad, y a sus sociedades, nuevos conciudadanos ávidos de trabajar en su nuevo e indeseado hogar.