Reality show

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Hace unos años, cuando los memes se hicieron populares, la humanidad los adoptó como una forma de restarle seriedad a temas importantes, trascendentales o incluso sagrados.

Recuerdo que cuando era niña, ser presidente era un cargo admirable. Se le atribuía a quien lo ocupaba, un nivel de eminencia y superioridad que resaltaba sobre la mayoría de la población. Tener un cargo diplomático o de relaciones internacionales representaba el culmen del esfuerzo y la educación, una posición reservada para personas altamente preparadas.

Hoy, esa percepción ha cambiado drásticamente. En los últimos años, la política se ha convertido en un meme en sí misma. Nos encontramos con líderes que han llegado al poder no por su preparación o conocimientos, sino por su popularidad. Aunque este fenómeno no es nuevo, antes parecía más escandaloso o menos frecuente.

La globalización y la difusión de las redes sociales han derribado las barreras entre los ciudadanos y los gobernantes. Antes, los líderes eran figuras distantes, de las que sabíamos solo lo que los medios decidían publicar. Ahora, tenemos acceso directo a sus pensamientos, discursos e incluso impulsos emocionales en tiempo real. Nunca habíamos estado tan cerca de quienes nos gobiernan, y paradójicamente, nunca habíamos estado tan lejos de la seriedad y el rigor en la política.

Hemos convertido en celebridades a personas que no tenían motivos admirables para serlo, y hoy pagamos las consecuencias. Petro, Trump, Maduro, Duque y tantos otros tienen algo en común: se han convertido en memes vivientes de la política, y no sin razón.

Podría escribir una columna rigurosa sobre el impacto del incidente del domingo y cómo los tweets publicados afectaron nuestras relaciones internacionales. Sin embargo, sería una pérdida de tiempo hacer un análisis serio de algo tan caótico. No se puede esperar coherencia de un profesor de física cuántica en estado de embriaguez, por más conocimientos que tenga; del mismo modo, no podemos esperar sensatez de líderes políticos que gobiernan impulsados por la emoción y la inmediatez de las redes sociales.

Tenemos los gobernantes que merecemos. Dejamos la política en manos de tuiteros y no de académicos, la educación en manos de influencers que se hicieron famosos por entretenernos con banalidades, y la economía en manos de aficionados. Aun así, seguimos esperando resultados extraordinarios.

Mientras no elijamos gobernantes técnicos, sensatos, alejados del populismo y del espectáculo mediático, seguiremos teniendo políticos convertidos en figuras circenses, diplomáticos sin diplomacia y economistas que manejan un país como si fuera su economía personal, sin visión ni respeto por la población.

La única pregunta que realmente importa hoy es: ¿cuál será el próximo drama que nos entretendrá en la política? Nos hemos acostumbrado tanto a los reality shows que hemos convertido la vida pública en uno más, donde el espectáculo nos distrae, pero no resuelve nuestros problemas reales. Peor aún, hemos permitido que aquellos con conflictos de ego y dramas de jardín gobiernen con la capacidad de incendiarlo todo, simplemente por estar sentados un poco más arriba en el poder. Mientras sigamos eligiendo líderes por entretenimiento y no por competencia, la política seguirá siendo nuestro peor chiste… y el pueblo, su mayor víctima.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/carolina-arrieta/

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