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Martín Posada

Qué vuelta sanar en Medellín

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“Te toca enviar como mil correos, ¡qué vuelta!”, le dijo a Susana, su compañera de trabajo. Se detuvo, lo miró a los ojos y le contestó: “¿cómo así que qué vuelta?, ¿usted usa ese vocabulario?”. “¿Cómo así?, ¿qué tiene de malo? Pues es que en Medellín todo el mundo habla así. Yo soy de allá y pues normal. Igual es que vos sos de Bucaramanga, ¿no?”. “No no, espérate Santiago, más tarde envío los correos. ¿Has escuchado hablar de la importancia de la sociedad para reparar un dolor profundo? ”. “¿Cómo así? ¿Qué tiene que ver eso con decir qué vuelta?”. “Pues el lenguaje es fundamental para sanar. Mira te cuento”.  

Resulta que las sociedades funcionan a partir de unos mínimos o unos estándares para que todos podamos vivir adecuadamente. Esto, en términos más filosóficos, se conoce como la relación moral. En occidente  (o sea, nuestra sociedad), por ejemplo, sabemos que está mal robar, torturar o matar a alguien. Nos ponemos de acuerdo, no solo con leyes y normas, sino en general, con que esas tres conductas están mal. Sobre el por qué están mal podemos hablar otro día. Puede que otras sociedades consideren que torturar es válido. ¿Se equivocan?, ¿por qué?

No hagas esa cara Santiago que yo sé que torturar está mal. Y ese es el punto. La relación moral nos lleva a criticar a quienes torturan o matan. No porque la ley lo prohíba, sino por los estándares que compartimos. De ahí que esa relación moral se traduzca en una expectativa normativa. Es decir, tú respetas esos estándares porque esperas que los demás también lo hagan.

Si alguien incumple, la respuesta de parte del resto es indignación, resentimiento, tristeza, rabia. Pero también buscamos corregir a esa persona, hacerle saber que violó las reglas. Ese proceso se conoce como la confirmación normativa. Los miembros de la sociedad confirman la existencia de un estándar al reconocer y reprochar su violación.

“¿Parce pero por qué te enredas tanto la vida? Ni que yo fuera a matar a alguien por decir qué vuelta. Es que igual el hablado de Medellín es chimba. Es más, todos los temas de reggaetón tienen esas palabras y eso se está hasta internacionalizando”. “Espérate Santiago que no he llegado al punto”.

La confirmación normativa es como si, por ejemplo, vas caminando en plena Avenida del Poblado y se te acercan dos tipos armados. Te apuntan y te exigen que les entregues tu morral y el celular. Nada que hacer, se lo entregas y ellos se van rápido en una moto. Te sientes estresado, asustado, con rabia, de todo. Resulta que a escasos diez metros había una pareja. Vieron todo. Te acercas a ellos, pero contrario a lo que esperas, se ríen. Te dicen algo así como “pa’ qué se pone a andar con morral en plena Avenida, muy bueno que le robaran”. Un hombre que se encontraba vendiendo dulces cerca te dice lo mismo. “Muy guevon uste’ hermano”. Quedas impactado, te sientes culpable. Sientes que debiste salir antes o tomar un taxi en vez de caminar. Tienen razón, piensas.

En ese caso no hubo confirmación normativa y sentiste que la culpa recaía en ti. Conoces los estándares, no robarías, pero al ser víctima de un atraco y no recibir confirmación de ese estándar por parte de la sociedad, sientes que tú tienes la culpa. Ahí no hay reparación de la relación moral. Que la sociedad reconozca que alguien violó las reglas y le exija su cumplimiento es fundamental para la víctima y para todos.

Listo. Ahora sí hablemos del lenguaje. ¿Qué tiene que ver decir qué vuelta y todas esas palabras con la confirmación normativa?

Me imagino que habrás escuchado hablar del auge del narcotráfico en Medellín. Pues bien, imagina por un momento que eres la esposa de un mensajero en la ciudad en 1990. Tu esposo se va a trabajar en la mañana, normal. En la tarde recibes una llamada. Lo mataron. Ocho tiros. Dos sicarios llegaron en una moto y lo abordaron mientras él se dirigía a entregar un paquete en una casa familiar en Laureles. Nadie sabe por qué. Nadie te dice nada. Caes en una tristeza profunda, ya nada tiene sentido. Quieres matar a esos sicarios, pero ni siquiera sabes quiénes son. Solo sabes que son esos de las motos ruidosas y ese hablado: “¿cómo es la vuelta gonorrea?”, “¿a cuántos hay que quebrar?”. Decides abandonar la ciudad por un tiempo.

Un día regresas, todavía no sabes nada. Sales con tu hermana a comer. Mientras comes, escuchas a cinco muchachos hablando en la calle. “Qué gonorrea guevon, cómo no van a venir esas pollitas”. “Nea relájate que fijo sí terminan cayendo”. “Yo veré guevon, porque si no mera vuelta rumbear”. “Sizas sizas, la chimba pues donde no caigan”. Te asustas. “Son sicarios”, piensas. “Vámonos de aquí”, le dices a tu hermana. Con tristeza, tu hermana te confiesa que así hablan todos los pelaos de Medellín. “Está de moda”, te dice. Así como me dijiste ahorita, Santiago.

Unos jóvenes que no conoces hablan como las personas que mataron a tu esposo. Además, te dicen que ese hablado está “de moda”. ¿Ahí dónde queda la confirmación normativa? Sabes que los sicarios mataron a tu esposo, pero la sociedad los volvió una identidad. Su forma de hablar ahora es hasta distintiva de la ciudad internacionalmente. Si así lo ven, ¿en verdad existe un estándar para proteger la vida? Sientes que todo fue tu culpa. Debes irte otra vez, aquí no podrás vivir en paz. La violencia está normalizada.

Hay miles de personas como ella en Medellín. Escoge bien las palabras, pues cada una tiene una historia, un origen.

Uff parce, ya entendí. Qué vuelta. Pero no sé, preguntemos a ver qué opinan los otros”.

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